OPINIóN
Actualizado 15/01/2015
José Luis Sánchez

En el cariz de tensión que navega por la fuerza interior de la mano se esculpe la escultura del ser. Es un instante, como una corchea exacta de diversos intérpretes y, por lo tanto, desconocida o cuanto menos hundida en la desigualdad más profunda. En la mano va tu poder cuando la extiendes. Va tu formula de vida y tu corazón decidido. Por el contrario también puede ir una merluza desplomada o un proyecto de apatía. En la mano que das para que otro(a) la asuma va enredada tu alma y tu aliento o la desesperanza, el pesimismo y la congoja. No me gusta quien me da una mano de plastilina, acobardaba e inane. No me gusta quien al saludarme afloja su garganta en el roncor de su pulso. Por eso me gusta cuando me saluda un torero, porque en el susto de sus venas se apacienta el reinado de lo grandioso y en la gimnasia de sus músculos se ve claro cada tarde que puede agarrar el mundo con la mano.

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