OPINIóN
Actualizado 14/01/2015
Andrés Barés

Una de las más sutiles pero letales formas de utilización política de la Filosofía y la Historia reside precisamente en su supresión. Desaparecidos o deformados los puntos de referencia filosóficos, ideológicos e históricos de los ciudadanos, éstos se someten con mayor facilidad a la manipulación y son menos libres, esto por desgracia sigue ocurriendo en todas partes del planeta. Hay una frase antológica que resume todo esto: "Las personas inteligentes hablan de ideas, las menos inteligentes se refieren a hechos, y solamente las personas poco cultivadas hablan de personas".

Si trasladamos el sentido de esta frase a la vida política y social, podríamos cerrar el libro porque quedaría inmediatamente vacío de contenido. En España las personas son el problema, en el noventa por ciento de los casos, no solamente por afirmación personal de los que dominan el poder, o aspiran a él, sino por el común de los ciudadanos, que antes de mostrar su opinión o preferencias por ideas, programas, problemas puntuales o soluciones, prefieren mostrarse a favor o en contra de ésta o tal persona, política o no.

Está claro que una idea, sin una persona líder y muchas otras a su alrededor que la difundan y la impongan a grupos de personas que lleguen a ser mayoría, sirve para poco. La personificación ahorra muchas discusiones sobre ideas y conceptos, que seguramente nadie sabría defender. Así que mostrándose partidario o no de Don Tal o Cual resolvemos nuestras opciones ante la realidad.

El riesgo está en que Don Tal o Cual sepa dar la talla y éste a la altura de las circunstancias, o sea un listillo capaz de encandilar a la mayoría, sin tener un valor personal auténtico, un propósito decidido de servicio a las ideas que defiende, y su realización práctica de forma inteligente y ponderada, respetando las opciones minoritarias y los demás valores que en un sociedad se dan.

 

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