OPINIóN
Actualizado 13/01/2015
Redacción Comarca

 El recién llegado a Salamanca pasó los dos años  precedentes viviendo en las montañas astures, junto a las bravías costas cantábricas. Ahora, desde aquí, pasada ya la experiencia de la despedida de Asturias, del acomodo salmantino, de los cambios necesarios, inevitablemente de vez en cuando se encuentra a sí mismo comparando: las asturianos con los castellanos, o más específicamente con los salmantinos; Gijón u Oviedo con la ciudad del Tormes. Aunque no lo desee, en estas comparaciones él compara su experiencia personal. No hace sociología, ni política, ni antropología.

Compara las gentes, sus modos habituales de reaccionar, de acoger o de rechazar, de hablar, de trabajar, de divertirse, de valorar lo propio. Y sabe que todos los puntos a favor que le da a los salmantinos sobre los asturianos están condicionados por su propio ser salamantino, por su historia familiar, por el corazón más que por la cabeza.

Su madre era extremeña y toda la vida idealizó su tierra, en detrimento de Salamanca, la tierra donde vivía y de donde era su esposo.

¿Y qué aspectos compara el recién llegado entre salmantinos y asturianos? Podría agruparlos en tres puntos. El primer punto es el distinto modo de acoger o rechazar al "forastero" de los asturianos y los salmantinos. Su experiencia ha sido que al asturiano le cuesta mucho acoger lo nuevo, al nuevo, al que llega de lejos. Esta dificultad de acoger no se percibe en unos días, en unas vacaciones, en unos primeros contactos, no. El asturiano puede aparecer simpático, falsamente acogedor con el visitante, incluso más, no ser consciente de que no está acogiendo al nuevo, o de que lo está rechazando. El salmantino acoge más cordialmente en el fondo, aunque no sea un dechado de expresiones afectuosas en la superficie. Las historias de ambas provincias son radicalmente distintas: un solo dato diferenciador, enormemente significativo; la universidad salmantina abierta a Europa y al mundo desde hace casi un milenio, es un hecho que imprime características a sus habitantes; la población de Salamanca siempre ha estado enriquecida por lo foráneo, estudiantes, profesores, vecinos de localidades próximas y no tan próximas que han venido a estudiar. Asturias, hasta que, hace mucho menos de un siglo, no empezaron a construirse las autovías de acceso, hasta que la población no tuvo su propio coche para desplazarse, era una región tremendamente aislada del resto de España y del mundo. La excepción, la única apertura, fueron los asturianos emigrantes a América, que al volver trajeron a su tierra costumbres, arquitecturas, plantas, cocinas? propias de América del Sur.

Para el recién llegado este factor de la acogida o rechazo entre ambas ciudades sigue siendo actual. Quizás habrán de pasar muchos años para que esta diferencia desaparezca.

Otras dos características del modo de ser o estar de asturiano y el salmantino, diferentes son: en general el salmantino-castellano es más sereno en sus modos de vida, de dialogar, de trabajar o divertirse que el asturiano, más amante de los gritos, ruidos y folclores que el salamantino. El nivel de decibelios de un bar salmantino nunca "ensordece", se tolera bien; en el "chigre" o taberna asturiana frecuentemente es imposible seguir una conversación; el ruido entorno no dificulta o impide.

Y finalmente, reflexiona el recién llegado, está la movilidad o quietud de ambas poblaciones: el asturiano es móvil, se mueve continuamente, no tiene pereza para trasladarse de Oviedo a Gijón, a Avilés, a Candás, al norte al sur, el tráfico es siempre rápido con un riesgo de velocidad añadido frecuentemente. El salmantino tiene más quietud, no corre tanto por las carreteras, ni por las ciudades, ni a la hora de terminar la tarea. Este mayor sosiego puede ser una virtud o una dificultad, según las circunstancias del momento.

Como casi todo en la vida.

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