OPINIóN
Actualizado 10/01/2015
José Fermín Rozas

Con el comienzo del año han acabado los alquileres de renta antigua para los locales comerciales, casi de forma desapercibida. Vivimos en una economía de mercado, basado en la libre competencia de la oferta y la demanda, y parece lógico que el mercado defina los precios de lo que es una actividad económica: alquilar locales. O eso parece, en realidad tenemos mercados condicionados, o dirigidos por unos pocos. Seguramente nunca hemos estado tan cerca de un modelo basado en gigantescos oligopolios, de esos que tan aterradores resultan en las películas.

Este fin lo establece la Ley de Arrendamientos Urbanos de 1994, elaborada por un gobierno del PSOE. Según algunos cálculos, puede afectar a 20.000 comercios y 500.000 empleos, el golpe puede ser temible. Y es en la ciudad donde se produce ese impacto. Lo más sorprendente es que lo llevó adelante un Partido que había expresado con anterioridad su preocupación por recuperar las ciudades para las personas, como atestiguan los magníficos programas marco municipales anteriores a esa fecha.

El comercio es consustancial a la ciudad y resulta clave para la vida ciudadana. Es un "ejercito" de pequeñas actividades económicas que contribuye de forma esencial a la economía del país y, por tanto, a la creación de empleo. Resulta fundamental para lograr que nuestras calles tengan vida, sean más seguras e incluso que una ciudad sea competitiva frente a otras.

Desde hace años este modelo está en peligro. La gran superficie, junto a la franquicia, alentada desde el poder como clave para crear empleo y prestigio urbano, ha contribuido a la paulatina destrucción del pequeño comercio, sin que nadie cuantifique su verdadero impacto (si compensa lo destruido). Todo nos uniformiza, e incluso destruye la actividad en el interior de las ciudades para sacarlo a periferias cada vez más lejanas y descontextualizadas (que necesitan transporte privado para llegar a ellas). Desbaratan los horarios, y las condiciones y derechos laborales conquistados, empeorando en realidad la calidad de vida de muchos ciudadanos con la disculpa de conseguir un supuesto servicio comercial mejor (¿se acuerdan de las peleas sindicales para lograr cerrar los sábados por la tarde?)

Todo ello sin que la ciudad tenga nada que decir. No forma parte de los debates ciudadanos, ni de los planes que organizan la vida y el espacio urbano. Dejamos que tomen decisiones por nosotros que indudablemente empeoran nuestra calidad de vida, importando un modelo, anglosajón, que no parece mejor que el que teníamos nosotros. En un momento en el que muchos ciudadanos plantean la necesidad de repensar nuestra sociedad, no estaría de más que también se incluya lo que permitimos en nuestras ciudades, con las elecciones municipales a la vuelta de la esquina. También algunos deberían mirar a las decisiones tomadas en el pasado, para encontrar de una vez los motivos por los que muchos de sus votantes sienten que les han traicionado y ya no merecen su confianza.

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