OPINIóN
Actualizado 05/01/2015
Rubén Martín Vaquero

Calle laica y extranjera, casi internacional, con tintes pardos de retratista de protestantes, esbozos de felicidad sobre lienzos tersos y pinceladas multicolores con las que el tiempo pintó de modernidad la retaguardia de la sobria Salamanca, al tiempo que le levantaba las enaguas almidonadas de la línea del horizonte al barrio de Labradores.

Calle egocéntrica y algo pija, con vocación de Camino Real o Plaza Mayor. Cuando el ferrocarril portugués que traía el café "La Guapa" o "Sical" de contrabando, escondido entre el carbón, pasaba por la futura avenida de Portugal, ella era el centro comercial de la zona con línea de "autobús revientaperros" que acercaba el mercado de Abastos a nuestro barrio. Su pasado aristocrático, de casa bien, no lo perdió ni cuando abrieron al tráfico la avenida con sus aires de Plan de Desarrollo a lo López Rodó. Al contrario. Cada vez se fue haciendo más acogedora hasta convertirse en la cocina comunal del Santo Rosario en familia y discos solicitados.

Calle bucanera de "La Goleta" adonde vino a instalar su cabalístico negocio la Coca Cola en unos locales situados por encima de las cocheras de Aviación. Para recibirla como se merecía el portal de la casa modernista se abrió tanto de puertas que su hoja de cristal estalló en miles de pequeños tesoros que se derramaron por el suelo como si la diosa Abundancia hubiese volcado su cuerno. Debió de ser alguna señal divina, porque las bacaladas noruegas del ultramarinos la saludaron alborozadas por la ventana con sus colas blancas rezumando salitre. La Mariquita Pérez del mostrador de la mercería, después de zafarse de una avalancha de sujetadores tipo serón que la dueña del establecimiento andaba promocionando, se sumó al recibimiento con un frenético aleteo de pestañas. Los bidés arriñonados del escaparate de la tienda de sanitarios se encharcaron de satisfacción, olvidando los comentarios del Sr. Leopoldo que sentenciaba a través de la sempiterna colilla de Ideales ya integrada por ósmosis en el labio inferior: "Mala cosa. Quiera Dios que no los tengamos que usar". Hasta la Guardia Civil motorizada, al enterarse de la llegada del amigo americano, sacó las Sanglas a la calle y bajo la atenta mirada de un cabo furriel formaron en perfecto orden de revista. Esa noche, cuando estuvimos sentados a la puerta tomando el fresco todos los intérpretes del Libro de los secretos de Enoc, dijo el Sr. Vicente, que vendía huevos y caza al por mayor en el Mercado de San Juan: "Me han dicho que el mejunje sabe a moho. "Negocio ruinoso" - aseguró mi padre.

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