OPINIóN
Actualizado 03/01/2015
Pedro Morato

Que el nivel y la calidad de la información y, por lo tanto, de los llamados medios de comunicación tradicionales (prensa escrita, radio y televisión), ha descendido en España en los últimos años hasta sepultarse en la misma intrascendencia, es algo que a nadie con dos dedos de frente y ojos en la cara, se le oculta. Que los intereses comerciales, económicos y políticos han basureado los platós y las redacciones convirtiendo en desvergonzados voceros de su amo a la mayoría de los integrantes de una profesión, el periodismo, antaño referente y vanguardia de las libertades y la moralidad, es una realidad tan deprimente como constatar al tiempo la creciente soberbia de incontestables maestrillos que muchos de esos ¿profesionales? exhiben sin pudor. Pero que a la manipulación torticera de la información y a la tendenciosidad se añada la pura mentira que desinforma, oculta, tergiversa y pretende inventar una realidad engañosa, es desde hace tiempo la certificación de los funerales de lo que un día se llamó periodismo.

Lo que sucede en la prensa española con la información sobre los países latinoamericanos en general, y en particular los que han optado democráticamente por gobiernos de izquierda (principalmente Bolivia, Venezuela o Ecuador, pero también, Argentina y Uruguay, además de Cuba) es tan lamentable como vergonzoso. Basta leer las crónicas de los corresponsales de la prensa de papel en aquellos países, o escuchar las informaciones y reportajes televisivos o de emisoras de radio sobre la política, los gobernantes o incluso la vida cotidiana o cualquier tipo de suceso en esos países, para percibir inmediatamente la tendenciosidad y la animadversión, la manipulación y la inquina que hasta en la utilización del lenguaje se utiliza para referirse a esos países. Titulares que parecen redactados por enfermos de odio, extracciones de contexto de sucesos cotidianos a los que se otorga artificialmente dimensión de tragedia, la exageración como norma, el endiosamiento del rumor y la absoluta falta de contraste de cualquier dato que favorezca la postura del medio que lo publica, son habituales en las crónicas que ya no pueden llamarse sino panfletos.

Se están cumpliendo doscientos años de la mayoría de los procesos de independencia de los países americanos, y si es lamentable que los antiguos colonizadores sigan manteniendo la soberbia del amo en sus relaciones con naciones soberanas, lo es mucho más que exista una inquina institucionalizada, dictada a los gobiernos de derechas por compañías multinacionales y seguida a pies juntillas por una prensa servil y basada, ya no en el antiguo, absurdo y ridículo orgullo de "madre patria" con que, por ejemplo España, se insultó a sí misma durante siglos, sino en intereses de tipo económico y rastreros cálculos de beneficios, que no soportan que los pueblos decidan por sí mismos e impidan que sus países se conviertan en fincas privadas de los especuladores.

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