OPINIóN
Actualizado 31/12/2014
Fernando Segovia

Y esto se acabó. Se acabó si uno se rige por el calendario gregoriano, claro. Para el chino y el musulmán hay otra regla. Y si usted se rige por el calendario universitario salmantino todo acabó el catorce pasado. En fin, que es una forma de medir como cualquier otra.


       En realidad muchas cosas se han acabado sin que llegue el final de este año. Todo se está acabando y empezando otra vez. Pero día que pasa no vuelve y el año tampoco. Y la vida se renueva. Irremediablemente. La alternancia en el vivir y el morir. Y la alternancia en todas las especies. Y la alternancia en la contracción o en la expansión del universo (por cierto, no sé si a estas horas estamos en una o en otra). Mientras aquí y ahora, nos enfrascamos en decidir si Podemos o no podemos. O cambio de siglo o no cambio. Y el cosmos a lo suyo, como siempre anduvo.


      Un año en vez de acudir de cotillón el treinta y uno a una sala de fiestas al uso (como dios y la tradición mandan), estuve a punto de irme de cotillón cósmico (me habían invitado un físico amigo y su mujer, muy bella intelectual y atea confesa y natural pascuense, que ya es raro). No acudí con ellos esa vez por pereza y por parecerme demasiado pretencioso el asunto. Ellos fueron y no volvieron. Nunca más los vi. Les pilló un cambio de era en plena fiesta (no sé si con campanadas o sin ellas). Y ambos que pasaron a integrar el polvo cósmico. Yo me libré entonces de aquello que les pasó, de puro milagro, aunque aún no sé bien si del todo. Y desde aquel acontecimiento que no entiendo muy bien en qué era ando yo metido.

 

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