En el bar de Emilio se respiraba aire de decepción. Por mucho que nos esforzásemos los unos o los otros en gastar alguna inocentada ingeniosa, no lográbamos superar la del gobierno. Ésa, magistral, que se anunciara días bajo el epígrafe de que éstas son las navidades de la recuperación.
En una esquina del centro de la ciudad, delante del escaparate de una zapatería, un hombre bien cuidado y limpiamente vestido pide dinero a los viandantes. En un cartel nos recuerda que lleva demasiado tiempo en paro y que no recibe prestación alguna por el desempleo.
Quizás este hombre no sea más que uno de los monigotes que nos cuelgan en la espalda este día con frases rimbombantes que nos martillean al ritmo de "lo malo ya ha pasado".
Dice Nekane, mientras pide otra ronda, que lo del gobierno no son inocentadas, que las inocentadas nacieron con vocación de divertimiento y que declaraciones como las de Rajoy o Cospedal, lejos de entretenernos o alegrarnos nos amargan, nos insultan.
Emilio rellena los vasos de vino peleón. Un plato de mejillones con tomate humea recién servido.
Los brotes verdes de las mentiras han crecido con raíces vigorosas. La planta de la falsedad nos habla de recuperación, de alegría y de trabajo bien hecho por parte del ejecutivo.
Discretamente miro mi espalda por si Wert me ha colgado otro muñeco de los inocentes.