OPINIóN
Actualizado 27/12/2014
Antonio Colinas

SALAMANCArtv AL DÍA les ofrece algunos capítulos de la conocida obra, que en esta edición aparece con ilustraciones de Manuel Alcorlo y prólogo de Emilio Pascual

Capítulo 1
De cómo acaeció que el maese carpintero
Cereza encontró un trozo de madera
que lloraba y reía como un niño


HABÍA UNA VEZ?
?¡Un rey! ?dirán en seguida mis pequeños lectores.
No, muchachos, os habéis equivocado. Había una vez un
trozo de madera.
No se trataba de una madera lujosa, sino de un simple
trozo de madera del montón, de esas que en invierno se
echan en las estufas y en las chimeneas para encender el
fuego y para caldear las habitaciones.
No sé cómo acaeció, pero el hecho es que un buen día
ese trozo de madera fue a parar al taller de un viejo carpintero
que tenía por nombre maese Antonio, aunque todos le
llamaban maese Cereza a causa de la punta de su nariz, que
siempre se hallaba lustrosa y amoratada como una cereza
madura.
Apenas vio maese Cereza aquel trozo de madera, se puso
muy alegre y, frotándose las manos de puro contento, refunfuñó
a media voz:
?Esta madera ha llegado en el momento oportuno y quiero
hacer uso de ella para construir la pata de una mesita.
Dicho y hecho. Tomó en seguida su afilada hacha para
comenzar a descortezarla y a rebajarla; pero cuando estuvo
a punto de darle el primer hachazo, se quedó con el brazo
suspendido en el aire, porque sintió una vocecilla extremadamente
sutil, que dijo a modo de ruego:
?¡No me pegues tan fuerte!

¡Figuraos cómo se quedó el bueno y viejo maese Cereza!
¡Sus extraviados ojos dieron vuelta a la habitación para
ver de dónde podía haber salido aquella vocecilla, y no vio
a nadie! ¡Miró bajo el banco, y nada; miró dentro de un armario
que siempre estaba cerrado, y nada; miró en el canasto
de las virutas de serrín, y nada; abrió asimismo la puerta
del taller para echar una ojeada a la calle, y nada! ¿Y entonces...?
?Comprendo ?dijo luego riendo y rascándose la peluca?,
se ve que yo mismo he imaginado esa curiosa vocecilla.
Pongámonos de nuevo a trabajar.
Y cogiendo otra vez el hacha dio un golpe imponente al
trozo de madera.
?¡Ay! ¡Me has hecho daño! ?gritó quejándose la misma
vocecilla.
Esta vez maese Cereza se quedó estupefacto. Los ojos se
le salían de las órbitas por el miedo, la boca se le abría de
par en par, y la lengua le colgaba hasta el mentón, como en
el mascarón de una fuente.

26

Apenas recuperó el uso de la palabra, comenzó a decir
temblando y balbuciendo de miedo:
?Pero ¿de dónde habrá salido esta vocecita que ha
dicho "ay"? Y, sin embargo, aquí no se ve un alma. ¿Habrá
sido casualmente este trozo de madera el que ha aprendido
a llorar y a quejarse como un niño? Yo no lo puedo
creer. Aquí está la madera; se trata de un trozo de madera
para quemar, como las demás, y habrá que echarlo al
fuego ya que debo poner a hervir una olla con habichuelas.
¿O quizás?? ¿Se habrá escondido alguien en su interior?
Si hay alguien escondido, tanto peor para él. ¡Ahora
lo arreglo yo!
Y diciendo esto, cogió con las dos manos aquel pobre
trozo de madera y empezó a golpearlo sin piedad contra las
paredes de la habitación.
Luego se puso a escuchar con el fin de oír si había alguna
vocecilla que se quejara. Esperó dos minutos, y nada;
cinco minutos, y nada; diez minutos, y nada.
?Ya comprendo ?dijo entonces esforzándose en reír y
enmarañando su peluca?, se ve que aquella vocecita que ha
dicho "ay" me la he imaginado yo. Volvamos al trabajo.
Y como se le había metido dentro un gran miedo, intentó
ponerse a canturrear para darse un poco de valor.
Mientras tanto, dejando a un lado el hacha, tomó la garlopa
para cepillar y pulir el trozo de madera; pero, mientras
lo cepillaba de arriba abajo, oyó la vocecita de siempre que
le dijo, riendo:

?¡Para ya! ¡Me estás haciendo cosquillas en el cuerpo!
Esta vez el pobre maese Cereza se derrumbó como fulminado.
Cuando volvió a abrir los ojos, se encontró sentado
en el suelo.
Su rostro parecía transfigurado e incluso la punta de la
nariz, que siempre tenía amoratada, se le había vuelto azulada
por el gran miedo.

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