OPINIóN
Actualizado 27/12/2014
Manuel Lamas

El invierno en Salamanca se manifiesta enormemente crudo, sobre todo en época de Navidad. En este período, suelen regresar las nieblas que enturbian el paisaje y reducen considerablemente las horas de luz. Asimismo, las bajas temperaturas, hacen que el viento, aunque sea flojo, corte la cara y nos obligue a refugiarnos en alguna de las muchas cafeterías de la ciudad.

Salpican nuestras calles, artistas bohemios que ponen un broche de oro  en estos días de compras apresuradas y de bullicio permanente. La Navidad congrega a estos músicos ante la concurrencia de personas en el centro de la ciudad.

El violinista se ha convertido en alguien muy cercano y familiar. No viene y va como hacen los bohemios. Se ha quedado entre nosotros, aunque la última vez que le vi, no estaba con el perro que siempre le acompaña. Él, sigue tocando su violín con la destreza que le caracteriza.   

Tampoco el guitarrista falta a su cita. Su guitarra rompe el silencio en las inmediaciones de la catedral, congregando a turistas y curiosos que pasan por el lugar. Un poco más adelante, en la calle Tentenecio, un acordeonista, acciona el fuelle de su instrumento con la cadencia de un corazón que late con regularidad. Con su estilo propio, derrama melodías sobre viandantes a modo de saludos y parabienes.

Pero no quiero olvidar a esas personas que pretenden ser artistas sin conocer el arte de la música. Mueven torpemente sus dedos mientras las notas escapan escandalizadas resistiéndose al orden que se les quiere imponer. Tales disonancias nos molestan y, aunque sus gorras sobre el suelo reclaman un donativo, están vacías. Querido lector, hasta para la caridad somos selectivos. Queremos la armonía a precio de saldo y, cuando escuchamos disonancias, nos sentimos defraudados.

Pero me he desviado del artículo. Estaba hablando de Salamanca en periodo invernal. Es la estación que más nos marca. Quizá porque con ella estrenamos la Navidad, época de retorno al hogar donde quedaron los que nunca fallan.  Cada año salvamos la distancia para reponer las baterías del afecto.

Los padres, si aún viven, se han transformado en niños grandes y, aunque experimentados necesitan, más que nunca, la cercanía de los suyos. Quizá porque el horizonte de su vida se aproximó demasiado y los miedos, por el efecto de esa cercanía, se han multiplicado. ¡Qué enorme sensación, la de dar un fuerte abrazo a personas tan entrañables!

Pero, también, es época de tristeza; de nudos en la garganta y de angustia en muchos corazones. También para esas personas son mis palabras y, aunque las recuerdo a extramuros de la Alegría, igual que a los artistas que no reciben donativos porque no aprendieron a tocar su instrumento, para mi todos son iguales. Cada uno ocupa su espacio, y ninguno es más importante que otro. Alguien nos protege sin hacer diferencias. Cada comportamiento tiene su réplica en la Conciencia Universal. Nada pasa desapercibido para quien todo lo rige. Llámese Providencia, Orden Natural, Dios, Buda, Mahoma o como quieras. El mundo es un país, aunque nos cueste reconocerlo. Pero, la falta de entendimiento entre los hombres, ha fijado multitud de nacionalidades.

Incluso para estas personas, el frío de Salamanca es estimulante; les hace sentirse vivos. Por eso, aunque caiga la noche y las nubes, transformadas en fría niebla, disuelvan en la oscuridad las siluetas de la gente mientras se distancia, no hay que desesperar. Siempre habrá alguien cercano, aunque no sea la persona que esperábamos. A todos nos acoge Salamanca. Es Navidad y, tenemos que socorrer a esos corazones que laten a la intemperie, para que no  perezcan  por falta de afectos.

                                                                                                           Feliz año nuevo.

 

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