OPINIóN
Actualizado 27/12/2014
Rafael Muñoz

Si quisiéramos hablar de un tiempo que no se somete ante lo que definimos como realidad es éste en el que ahora nos encontramos.

En estas fechas me convocan los fantasmas: hace dos años mi vida profesional sufrió un revés inesperado. Recuerdo perfectamente que unos días antes de que esto me ocurriera, escribí y publiqué en el blog de la fundación para la que trabajaba este texto que ahora les regalo.

En él hablaba y hablo (su actualidad, si cabe, es todavía mayor) de la imperiosa necesidad de llevar a cabo una lectura tenaz de todo lo que nos está pasando. Y para ello, invitaba a quien me leyó y, ahora, a ustedes que me leen, a revisar la función de la lectura de la mano de una persona sabia.

Aprovecho también  la ocasión para desearles a todos ustedes algo que puede estar en nuestras manos: que el 2015 sea nuestro.

 

Si quisiéramos hablar de un tiempo que no se somete ante lo que definimos como realidad es éste en el que ahora nos encontramos. Es el tiempo, en palabras de Coleridge, donde se suspende toda incredulidad. En el libro de la escritora, traductora y editora Graciela Montes que ahora comentaremos, se desarrolla de manera espléndida esta idea.

Si algo tienen estas fechas cuando hablamos desde la mirada del niño, sea ésta la del propio infante o la de adulto que entra en el juego, es comprobar cómo se suspende el tiempo, en qué forma entramos en otra realidad mediante el juego pactado que supone asumir y acceder a este periodo colmado de prodigios cuyo colofón es la noche de Reyes.

Nos encontramos en el territorio de la ficción llevado a su quintaesencia, porque en esta época del año podemos adentrarnos en él sin ningún tipo de restricciones.

Graciela Montes, ensayista de mirada ancha y profunda, nos habla de este territorio y sus implicaciones en su libro La frontera indómita. En torno a la construcción y defensa del espacio poético. 

Una gavilla de escritos, resultado de conferencias y reflexiones de "andar por casa" (que no es otra cosa que moverse por el mundo con mirada cercana) fundamentalmente sobre la lectura, recogidas en una (¿irrepetible?) colección Espacios para la lectura, de la editorial Fondo de Cultura Económica.

En el espacio del juego: la ficción
El texto que abre el libro, haríamos bien en decir que lo inaugura, comienza vinculando el territorio del juego con la palabra, y también con la ficción:
Jugar nos ayudaba a entender la vida, y también el arte nos ayuda a entender la vida. Pero no porque los cuentos "digan de otra manera" ciertos asuntos o expliquen con ejemplos lo que nos pasa sino por las consecuencias que trae el habitarlos, aceptar el juego. Por esa manera de horadar que tiene la ficción. De levantar cosas tapadas. Mirar al otro lado. Fisurar lo que parece liso. Ofrecer grietas por donde colarse. Abonar las desmesuras. Explorar los territorios de frontera, entrar en los caracoles que esconden las personas, los vínculos, las ideas.

Montes nos acerca estas reflexiones desde su propia experiencia, al hablarnos de la transformación que experimentaba su abuela contando, y la suya propia, escuchando. Nos descubre la verdad de metáfora que encarna la figura de Scherezade, contando mil y una noches, mil y una historias: para no morir, para seguir viviendo.

No olvida la autora que: Había en el juego ?eso lo recordamos todos- algo un poco inquietante, un cierto extrañamiento, una emoción que nos hacía batir el corazón a otro ritmo. [?] El comienzo, por lo general era el caos. [?] Hasta que el jugar por fin encontraba su centro y su sentido. Ése era el mejor momento de todos. Habíamos creado un cosmos.

Nos acerca a la emoción del comienzo, vinculada a su innegable desconcierto. Pero recordándonos que, cuando el juego se adensaba, entonces todo se iba ordenando. Al igual que ocurre con el proceso creativo y la constitución de la obra, o lo que es lo mismo, en todo impulso artístico.

Traslada entonces este proceso al mundo de las palabras: Contemplarlas con extrañeza, como un recién llegado al mundo, como si fuera la primera vez que las tiene delante. [?] volver a aceptar el mundo innombrado, el caos, y, desde el caos, construir un cosmos.

Del caos al cosmos? ¿Somos conscientes de que estos son los mismos pasos que seguimos cuando escuchamos una historia o la estamos leyendo?

Es entonces, al iniciarse la lectura, cuando comenzamos a desplazarnos por el movedizo espacio de la frontera que la autora nos desea indómita pero, antes de hacerlo, nos recuerda que conviene tener presente que: la ficción ingresa temprano en nuestras vidas. [?] que hay ocasiones que las palabras no se usan sólo para hacer cosas ?para mandar, para dar órdenes- [?] sino para construir ilusiones. También llama nuestra atención sobre el hecho de que: el acto de contar nos enseña a entrar y salir de la ficción.

Recordemos las palabras mágicas que nos permiten saltar de una realidad a otra: Había una vez (entramos en la historia), colorín colorado (salimos).

¿Entramos? ¿Con qué motivo? Para crear sentido, para intentar dar significado a nuestra estancia en el mundo.

El lugar que ocupan las historias: la frontera indómita
Ese y no otro es el territorio de la ficción, el de la literatura, el de los mundos imaginarios: crear sentido; dice nuestra autora: [?] hay muchos para los que el sentido no es algo codiciable, que descreen de las significaciones. No es mi caso; soy de los que creen, justamente, que la búsqueda siempre difícil, muchas veces dramática y a veces insatisfactoria de significaciones es exactamente lo que nos compete a las personas.

¿Por qué hacer literatura? ¿Por qué leer literatura? ¿Por qué editar literatura? ¿Por qué enseñar literatura? ¿Dónde está esto que llamamos literatura? ¿Dónde debemos ponerla?
Pertenece, estoy convencida, a la frontera indómita, allí precisamente tiene su domicilio.


Siguiendo a Winnicott y su teoria de los objetos transicionales define esa frontera: "Se trata de un territorio en constante conquista, nunca conquistado del todo, siempre en elaboración, en permanente hacerse; por una parte, zona de intercambio entre el adentro y el afuera, entre el individuo y el mundo, pero también algo más: única zona liberada. El lugar del hacer personal.

La literatura, como el arte en general, como la cultura, como toda marca humana, está instalada en esa frontera.

Pero, ¿por qué se necesita indómita?

La condición para que esa frontera siga siendo lo que debe ser es, precisamente, que se mantenga indómita, es decir, que no caiga bajo el dominio de la pura subjetividad ni de lo absolutamente exterior, que no esté al servicio del puro yo ni del puro no-yo.

Recorrer el territorio: las palabras
Entramos en el reino de las palabras, de la literatura. Montes nos recuerda: que las palabras invaden todos los espacios porque fuimos arrojados a un mundo nombrado, pero enfatiza que sólo algunas están instaladas en los márgenes.

Una novela o un cuento, no por su género, sino por su forma de contar, puede alojarse en esa frontera, en esa zona libre: quiero historias que me desalojen el eje del alma, le escuchamos decir una vez a otra grande, Nélida Piñon, y de eso se trata.

La autora finaliza enhebrando toda su línea de reflexión con la enseñanza de la literatura que: no puede significar otra cosa que educar en la literatura, que ayudar a que la literatura, ingrese en la experiencia de los alumnos, en su hacer; [?] es un asunto de tránsito y ensanchamiento de fronteras. Y un asunto vital, en el que necesariamente están implicados los maestros los profesores, aunque no sólo ellos.

Restan otros textos tan gozosos y significantes como los comentados hasta el momento, que nos hablan de la utilidad de la literatura, de la materialidad del libro (las guardas, el papel?) y el destello de la palabra: pasar de una lectura placentera, digestiva, a otra más sobresaltada, más activa. También opina sobre el lugar de la literatura en la escuela, las relaciones entre el escritor, la edición y el mercado.

El libro se cierra con la constatación, según la autora, de que hoy la lectura está clausurada porque sólo se mueve en sus circuitos específicos, sin tocarse, sin relacionarse, sin alimentarse mutuamente: la literatura para niños, para jóvenes, para adultos; los best sellers, la ciencia ficción?, cada una en su compartimento estanco.

Esto nos hace pensar que quizá ahora se presente una nueva oportunidad para propiciar ese contacto gracias a la denominada lectura híbrida (mezcla de géneros), o la lectura enriquecida (textos, enlaces, imagen y audio).

Hemos visto que son varios los caminos y las estancias para ensanchar esa frontera que necesitamos indomeñable, liberada, pero queda en nuestras manos el emprender este viaje. La propuesta de este artículo no es otra que la entrar en las historias que nos cuenta Graciela. El cierre, el fueron felices y comieron perdices, depende del menú que quiera degustar cada uno de nosotros.

Mientras tanto?, felices ficciones (reales) para todos.

 

NOTA Las ilustraciones que acompañan a este texto son obra del pintor, dibujante e ilustrador Quint Buchholz. Se publicaron junto a 46 historias inventadas por autores de diferentes países que tuvieron que escribir "el texto oculto" en las 46 ilustraciones creadas por artista. En nuestro país, con el título de El libro de los libros. Historias sobre imágenes, fue editado por LUMEN.

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