OPINIóN
Actualizado 26/12/2014
Marta Ferreira

Ha vuelto a suceder: las calles engalanadas e iluminadas anuncian que la Navidad está aquí. Volvemos a pensar, como cada diciembre, qué rápido ha transcurrido el año, qué de cosas esperadas e inesperadas nos han acontecido y,  como por arte de magia, nuestras mentes, consciente o inconscientemente, nos llevan a recuerdos que en otros momentos del año se hacen menos presentes.


Llegan estas fechas y, sin entender por qué sucede, tendemos a pensar en el futuro (deseos por satisfacer, ilusiones que cumplir, proyectos que realizar?) y en el pasado (aquello que pudo ser y no fue, aquellos que nunca quisimos pensar que no estuvieran y ya no están, felices tiempos de la inocente niñez?). Precisamente ese cóctel de sensaciones que en estas fechas se producen, quizá porque durante diez días al año somos menos reacios a exponer nuestros sentimientos, hacen de la Navidad un momento único.


Hablo de presente, de lo que hacemos y sentimos hoy; de futuro, de lo que desearíamos pudiese acontecer mañana; y de pasado, aquello que en otro tiempo, y quizá en otro lugar, nos convirtió en lo que somos. Presente, pasado y futuro que me trasladan a "Cuento de Navidad", de mi admiradísimo Dickens. En aquel maravilloso relato de fantasmas, Dickens parecía pretender concienciar a sus lectores de la necesidad de ser buenos, de ser caritativos en un mundo injusto  y de la posibilidad de cambiar.


En el mundo de entonces, en el de hoy también, siguen existiendo personajes como Jacob Marley y como Scrooge. La personalidad de Scrooge, un hombre avaro y solitario, sin verdaderos amigos, sin nada en el mundo salvo su riqueza,  inicialmente te causa rechazo pero con el transcurso de la historia acabas apreciándolo.
Quizás exagerada, pero podría ser la historia de cualquiera de nosotros, de cualquier persona que confunde las prioridades y pierde el sentido de lo importante e incluso de lo más necesario. Nos da lecciones sobre lo que debemos valorar, sobre la importancia de las personas que conforman nuestros mundos, sobre la incertidumbre del mañana y sobre la esperanza, esa esperanza de cambio real y posible que está siempre en nuestras manos si nuestra voluntad existe.


Que el mundo es ingrato e injusto lo sabemos, que las personas no se comportan a menudo como esperamos es cierto, que las cosas  no salen como queremos, una realidad cotidiana; pero lo realmente importante, lo que sí que está en nuestras manos  conseguir, es seguir intentando que ese injustísimo mundo lo sea un poco menos con nuestro comportamiento, que si los demás no actúan como deben nuestra actitud sea la de comportarnos como hay que hacerlo,  y que si algo no es como deseamos no perdamos el empeño de seguir luchando y manteniendo la ilusión.


La Navidad nos hace soñar con cambios, nos hace ilusionarnos con posibilidades aún inciertas y nos quita la armadura por unos días? Quizá por eso me encanta la Navidad, y quizá  si esos diez días los convirtiésemos en tónica diaria, transformaríamos este mundo en un lugar mejor y a nosotros en personas más felices. Yo voy a intentarlo, os invito a ello.


¡Feliz Navidad!

 

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