Algunos líderes han manifestado con claridad que si la Comunidad Valenciana tuviera un partido nacionalista moderado o incluso regionalista, nos hubiéramos enfrentado mejor a la crisis. Aunque la solución política no pase por construir de nueva planta un partido, sí pasa por la alfabetización ideológica de un centro derecha anémico y amnésico que parece haber olvidado sus raíces. Aún no he visto a ningún diputado o alto cargo de los populares que haya mencionado a Luis Lucia en sus discursos parlamentarios. Ya no me refiero en el Parlamento Europeo, el Congreso o Senado, sino en las Cortes valencianas o la multitud de actos políticos que se han celebrado en los últimos años.
No tiene mucho sentido preguntarse por el cabeza de lista de los populares si quien represente al centro y la derecha desconoce el significado del valencianismo político. Si los conselleres y cuadros del PP hubieran asistido hace unos días a la conferencia que impartió el profesor Vicent Comes sobre la figura de Luis Lucia hubieran comprobado lo mucho que tienen que aprender del catolicismo social, del reformismo ideológico y de la pasión política que este personaje aún nos puede transmitir. Fue una conferencia brillante que se desarrolló en los círculos de estudio que se realizan en el Palacio de Colomina, y en la que el ponente recordó la figura de quien fuera ministro de Comunicaciones con el gobierno republicano de Gil Robles.
Después de asistir a las reuniones constituyentes de la CEDA quienes acompañaban a Lucia siempre realizaban el mismo comentario. Hay dos carencias importantes en el centralismo madrileño: la falta de sensibilidad para gestionar el nacionalismo moderado y el atraso ancestral en las iniciativas sociales, donde el movimiento agrario y el cooperativismo valenciano habían emprendido reformas importantes. El carácter vanguardista del regionalismo que Lucia representaba no era bien asimilado por los alfonsinos, carlistas o conservadores que componían la coalición.
A diferencia de otros nacionalismos articulados desde gabinetes de ilustrados y gramáticos, este hundía sus raíces en clases medias de agricultores y pequeños campesinos. Era un movimiento que surgía de abajo hacia arriba, participativa y cívicamente, es decir, de manera natural y no artificial. Se practicaba una política sin complejos y con elevadas dosis de generosidad o quijotismo. Nadie tenía miedo a identificarse con una doble patria porque confiaba en sí mismo, sus propias gentes y los valores a los que servían.
A pocas semanas de que los gabinetes demoscópicos indiquen digitalmente la candidata o el candidato oficial, sería bueno que diputados, cuadros y militantes hicieran los deberes que aún no han hecho y leyeran en algún momento a Lucia. Aunque no se lo crean, quizá sea una buena forma de que a todos nos toque, un poco, la lotería.