OPINIóN
Actualizado 20/12/2014
Ángel González Quesada

Entre las (excesivas) servidumbres que los españoles tuvimos que aceptar para poder arribar desde la ominosa dictadura franquista a esta suerte de particular democracia que simulamos disfrutar, una de las más sangrantes fue el establecimiento de la monarquía como forma de Estado y las secuelas que la aceptación de semejante atavismo conlleva. Enfangados en una organización de medios de información y, por lo tanto, de la información misma, totalmente encarrilada en -y sumisa a- las directrices posibilistas de la rentabilidad económica, la total ausencia de cuestionamiento, crítica, debate o siquiera discusión sobre la monarquía, se ha convertido en España en sello característico de la medianía de un debate público con demasiados tabúes que esquivar, excesivos fantasmas que negar y muchas alfombras por levantar.

La monarquía, una institución sin fundamento ni utilidad algunas en la organización moderna de la sociedad, una aberración de los principios de la representación democrática, una institución cuya existencia convierte en súbditos a los ciudadanos y abarata de oficio su voluntad electoral, tiene en España, además, la característica de haber sido impuesta por una sangrienta dictadura que por la fuerza de las armas sometió a todo un país, y de identificar su propia supervivencia, la de la monarquía, con la negación flagrante en su seno de algunos derechos fundamentales de la ciudadanía, como son la igualdad o el laicismo.

La bovina aceptación, el silencio modorro y la servil catatonia que ?con escasas excepciones- muestra la prensa de este país para con la monarquía española, con sus particularidades y excesos, da noticia también, no sólo de un nivel periodístico general  sospechosamente arbitrario, sino de la desesperante complicidad y el irrefrenable clasismo que, junto con insuficientes políticas educativas institucionales, manipulación continuada de contenidos pedagógicos, intoxicación consumista y potenciación del gregarismo territorial y el amedrentamiento religioso, han convertido la opinión pública de este país en un maloliente charco de intrascendencia, tembleque miedoso y cotilleo de correveidiles que flaco favor hacen a los cacareados intentos oficiales de transparencia ?y la informativa es tanto o más vital que la económica- que, una vez más, pasarán de puntillas por un tema, la pervivencia de la monarquía, cuya presencia en la organización social y política de este país sigue frustrando los proyectos de una auténtica, total, libre y radical democracia. 

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