OPINIóN
Actualizado 19/12/2014
Juan Robles

Antaño las comidas de la Navidad se reducían a los turrones y el pavo de la cena de Nochebuena. Hoy, en los días anteriores a la Navidad, o en los próximamente inmediatos, abundan las comidas o cenas de empresa, de amigos, de familia... Nos gastamos lo que tenemos y lo que no tenemos, entre comidas, juguetes y regalos.  Nos gastamos lo indecible en estos pocos días, y hasta nos empeñamos consumiendo la paga extraordinaria y la ordinaria. Y nos olvidamos, en cambio, de lo que celebramos.

Más de uno y más de dos nos encontramos en estos días contrariados porque este año, en lugar de mostrar el nacimiento de Jesús, como otros años, en nuestra magnífica Plaza Mayor, nos encontramos con una bola de luces absolutamente irrelevante y que olvida toda significación religiosa y todo recuerdo de los misterios que los cristianos hemos celebrado durante largos años, y aun siglos, haciendo referencia, muchas veces con una simple alusión popular, acompañada de hermosos villancicos de corte humano singular.

¿Estaremos dispuestos todavía a escuchar y descubrir los misterios de la encarnación de Dios en el seno de la Virgen María, sintiendo la necesidad de recordar y mostrarnos al lado de los necesitados, con canastas elementales para familias desasistidas, en lugar de comprar y presumir de encoropetadas cestas de Navidad para honrar a empleados de la propia empresa o a familiares y amigos de cualquier categoría.

Con tantas necesidades que están pasando actualmente tantos parados y familias, con un mínimo subsidio de prestaciones ridículas, o tantos que llevan ya años sin recurso alguno y viéndose avocados a la indigencia, a la mendicidad o a la aproximación a los contenedores de los deshechos de los hogares mejor dotados que no dudan en tirar a la basura aquello que le vendría muy bien a los más necesitados.

Cenas y comidas. Abusos de cava y licores. Cuando no de otras prácticas menos confesables. Olvidándonos de tantos hombre y mujeres del tercer o del cuarto mundo, que por cierto está más cerca de nosotros de lo que pensamos.

El mirar al pesebre (hoy los pesebres o belenes, allí donde todavía permanecen nos lo recuerdan) nos invita a vivir nosotros "sencillamante para que otros sencillamente puedan vivir", como nos machaquea justamente la campaña de Caritas. Dios se hace hombre, se rebaja hasta hacerse niño, para que nosotros podamos participar de la dignidad de Dios haciéndonos niños. El que no se hace como un niño no puede entrar en el reino de los cielos.

No sirve de nada condenar a los demás, mucho menos si ya no participan de nuestra saludable fe cristiana, pero sí hemos de vivir nuestra fe de modo auténtico y consecuente los que todavía decimos creer. De poco sirve protestar y lamentarse. Como dice una relación tradicional llena de sentido, "seamos tú y yo buenos y habrá dos pillos menos".

Que el Niño Dios nos anime en los próximos días a encontrar en él la raíz de la verdadera felicidad, que podamos compartir con los cercanos y los lejanos. El Papa Francisco nos invita a vivir y compartir la alegría del evangelio o la alegría de evangelizar. Adoremos al niño, como los pastores, como los reyes, como el coro de ángeles que proclama la paz en las alturas y en la tierra a los hombres de buena voluntad. Así sí podemos desearnos felices pascuas y un verdadero próspero año nuevo, lleno de paz y solidaridad, con alegría verdaderamente compartida. ¡Feliz Navidad!

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