OPINIóN
Actualizado 17/12/2014
Fernando Segovia

 Y es lo que hago ahora mismo. Inclino mi torso otra vez ante el renovado éxito de la última Nochevieja del año universitario. No sé a quién se le ocurriría la feliz idea de ir a contrapelo y celebrar la despedida del año allá por la mitad de diciembre. Dio de pleno en el clavo. Nada más que ver los nuevos cuarenta y tantos mil jóvenes que se dieron cita ese día y los dividendos que dejaron (más de medio millón en una noche). Pues visto lo visto, pido una honorífica distinción o reconocimiento para él (o ellos), los de la feliz idea.


   Cuándo, si no, se nos iba a reconocer en medio mundo. De qué modo íbamos a aparecer en noticieros y redes sin un escándalo o tragedia de por medio. Qué acto de cultura recogería a cuarenta mil jóvenes estudiantes, así, por las buenas, de golpe y porrazo. Seamos sinceros y justos y reconozcamos. La idea de unos cuantos muchachos (bien protegida desde origen por avispados hosteleros) nos da unos réditos a la ciudad que quisiéramos para el año entero. Y cualquier  publicidad en ese orden nos viene estupendamente. Y nos la hacen casi gratis. Ni excelencias, ni rankings, ni promociones turísticas, ni capitalidades ni zarandajas. Unos estudiantes que llaman e invitan a otros, una plaza acogedora con reloj para juntarse todos a medianoche, un entorno de bares y diversión acordes con el acontecimiento, desmadre con cierto control, alcohol (como sucede en todas las fiestas) e ir a contrapelo de la norma. Otro fenómeno para estudiarlo detenidamente (junto al año musulmán, el chino, ahora el universitario). Y todo esto, aquí,  en la humilde Salamanca. La tranquila y universitaria Salamanca. Que vengan los de Harvard, los de Oxford y Cambridge y estudien el fenómeno del que aquí estamos siendo pioneros.


   Y en la reflexión que hago (no desde el ejercicio físico, sino desde la meditación esta vez) me pregunto si las ideas felices se generan en ciertos ámbitos rígidos y controlados o en libertad. Si hay o no que parar ciertas actitudes. O impulsarlas. Si la importancia de la ciudad son sus piedras e instituciones seculares o sus gentes. Y si el avance y la modernidad pudiesen venir de la mano de cierta subversión juvenil. Esa juventud bien notoria que estudia, ocupa pisos de alquiler y se divierte a cada año en nuestra ciudad y que es todo un potencial. Y que nunca nos falte eso. Aunque esa noche de marras todos durmamos algo menos.

 

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