La luna fue el único testigo de la tragedia. El cuchillo, guiado por la criminal mano, segó el blanco cuello. Una nube roja arropó el cuerpo que flotaba en la fuente con los ojos sin vida, mirando incrédulos al infinito, mientras el agua de los surtidores les golpeaba sin piedad.
Al día siguiente, todos los medios de comunicación abrieron con la noticia.
La multitud vociferaba pidiendo justicia. El criminal, con la cabeza tapada, era escoltado por dos policías. La escena se repetía una vez más. La hemos visto en tantas ocasiones, que parece la del mismo crimen repetido mil veces.
Por la tarde los niños jugaban en la plaza, los hombres comentaban la jornada futbolera.
Los surtidores de la fuente, ajenos a todo, repetían una y otra vez su eterno y monótono cantar. No quedó rastro de la tragedia. Todo era paz y calma ¿Hasta cuando?