Acabo de regresar de un viaje por Argentina y Uruguay y necesito decir que cuanto más viajo, más me gusta España. Voy a explicarme. Viajar es necesario, diría que en estos tiempos, obligatorio, para aprender, para saber que se pajarea por otros lares, por conocer otras formas de vida y de cultura. Y, por supuesto, descubrir otros paisajes, otras ciudades, otras gentes. Viajando, sin duda, se curan muchas enfermedades y se quita el pelo de la dehesa.
No es lo mismo viajar por países de la Unión Europea, que los de África o los de Iberoamérica. Nunca nada es lo mismo porque unas sociedades y otras tienen años luz de diferencia en muchos casos. Si se trata de los parajes naturales, las diferencias, también son enormes porque nada tiene que ver un desierto, por ejemplo, con una zona selvática. Por eso todos los países merecen la pena ser visitados, entre otras cosas, porque de todos se aprende, todos tienen su historia y un patrimonio exclusivo.
No es bueno, tampoco, andar por el mundo intentando comparar, que si esta ciudad es más bonita que aquella otra, y cosas así, porque la belleza es siempre relativa y para gustos, como sabemos, están los colores. Además comparar no conduce a nada, porque cada sitio tiene su impronta y su realidad.
Ahora bien, lo que uno no puede evitar es comparar los niveles de vida, o la situación general de un país. Argentina es casi seis veces España en extensión geográfica, una de las naciones por recursos propios más ricas del mundo. En cambio ahora no está en sus mejores momentos. Y se nota. Buenos Aires es una ciudad impresionante, una ciudad de gran belleza, pero con barrios de un deterioro y abandono terribles. Se puede decir que en todas las grandes ciudades hay barrios marginales, y hay que afirmar que es cierto, pero Argentina tiene problemas estructurales que no se solucionan de un día para otro; es más, no sé si tienen solución. Vuelvo de Argentina por una parte encantado, pero por otra decepcionado, al ver que en general la gente trabaja a un ritmo lento, mortecino a veces, como si fuera igual todo. Y por ese camino, mal asunto. No sé si el mal que ha hecho en esa sociedad el peronismo durante más de 50 años puede tener solución. En definitiva: Argentina tiene grandes contrastes donde lo negativo te mata el alma. En cambio es tierra culta, lectora, conversadora, amable. No parece que estén obsesionados como nosotros con la competitividad. No sé si tienen razón, pero el resultado, según las cosas que se ven allí, no invitan al optimismo.
De Uruguay traigo una percepción similar: tierra hermosa pero con una ciudad destartalada, Montevideo, su capital, que acoge al 50% de la población total del país que son 3.350.000 habitantes. Ciudad con casas deterioradas, aceras con todas las losetas levantadas, suciedad y pobreza, y a la vez una rambla, que da al estuario del Río de la Plata, espectacular. Uruguay también lleva otro ritmo para lo que pensamos nosotros: su gente no tiene prisa, hace las cosas con lentitud, a veces desesperante, pero siempre educados y amables. Conocí algunas de sus zonas turísticas, como Piriápolis, y sobre todo Punta del Este. Me gustó. Lugar con las características de las zonas de playa, con torres y pisos de lujo, pero con un urbanismo muy adecuado y medido.
Y la gran diferencia respecto a cualquier parte del mundo: agua dulce y salada. La dulce procede de la desembocadura de los ríos Paraná y Uruguay, hasta que se junta con las aguas saladas del Océano Atlántico.
En estos dos países uno se encuentra en casa porque la lengua es, sin duda, lo que más une a los pueblos. No se come mal, especialmente carne, que como ya se sabe son especialistas del asado de ternera. De hecho sus campos están llenos de reses comiendo en unos pastizales inmensos. Ganadería extensiva de primer orden.
Pero?, la verdad, uno siente a veces que como en España ni hablar, sobre todo cuando de comer se trata. Por eso decía al principio que cuanto más viajo más me gusta España. Y en este viaje, que iba con un grupo de 40 personas, todas decían lo mismo. Hay que volver a España para comer. Y esto lo suele decir todo el que viaja por el mundo. Por supuesto que se puede comer muy bien en Francia, ¿ pero a qué precio?. Sin duda, precio, calidad y variedad, España. Y debemos resaltarlo para saber que vivimos en un gran país, que en todas las regiones se come muy bien, y que debemos valorarlo. Ya está bien de echarnos por tierra a nosotros mismos. Debemos ser críticos, para mejorarnos, pero también poner las cosas positivas donde corresponde.
De los viajes, cuando ya estamos cansados, a uno siempre le llega la sensación de que lo mejor siempre es volver. Y así es. En Madrid, en la T-4, en ese laberinto de diseño y arquitectura, uno se siente reconfortado. Eso sí, esperando organizar el siguiente viaje a cualquier parte del mundo para ver y conocer. Y para regresar diciendo cuánto nos gusta España. Lo mucho que tenemos y que tan a menudo despreciamos o no valoramos como se merece.