En las elecciones de febrero de 1936, triunfó el Frente Popular pero como la Derecha desgraciadamente no se resigna a perder, de nuevo el cainismo acabó con todo; el golpe de Estado y la Guerra Civil resultaron tan nefastos para la educación que esta retrocedió a posiciones del pasado ya superadas, volvimos a las cavernas. El grito de Millán Astray en nuestro Paraninfo señaló la muerte de la cultura y Franco y los suyos, se propusieron liquidar a todos los profesores, que eran los principales defensores de los valores universales. A muchísimos los fusilaron y a los demás los apartaron. Claro que purgaron a toda clase de personas pero se cebaron con los maestros. Los que no murieron, fueron marginados y, víctimas del franquismo, nunca en la transición se acordaron de ellos y todavía hoy siguen sin un reconocimiento explícito. La larga lista de la represión irracional da más de 40 maestros asesinados en la provincia de León, 26 en Ávila, 22 en Burgos (más otros 11 que fueron detenidos y desaparecieron para siempre), 16 en Salamanca, 16 en Segovia, 33 en Zamora?
La adscripción conservadora de la mayor parte del colectivo docente de Castilla y León no fue obstáculo para desencadenar una represión a partir del verano de 1936. Si en la mayor parte de las provincias el colectivo docente depurado y sancionado rondaba el 18-20%, en algunas, como Ávila o Burgos, llegó a superar el 26%. Ni que decir tiene que la mayor crueldad se cebó en aquellos maestros ejecutados de manera "legal" (previo Consejo de Guerra) o "extralegal" ('paseados').
Algunos nos han dejado testimonio de su vida, su hacer y represión, aunque con las restriciones que imponía el hecho de ser escritos en plena dictadura. Las maestras como las demás mujeres, han sido doblemente silenciadas. Las vamos a citar por eso y porque tenemos abundante literatura: de presas y/o encerradas en campos de concentración entre otras: Tomasa Cuevas, Mercedes Nuñez, Manolita del Arco, Juana Doña, Isabel Ríos, Encarna y Leonor Ruipérez, Josefa García Segret;
exiliadas: Margarita Nelken, Isabel de Palencia, Silvia Mistral, Mada Carreño, Maria Jose de Chopitea y Luisa Carnes. Algunas exiliadas sobre todo a México, escribieron desde el exilio o a la vuelta, predominando el tema de su destino, como Ana Maria Boixados y Sara García Iglesias. Otras, cuando tras años de exilio, retornan y escriben en España las vivencias y recuerdos: Concha Castroviejo, Carmen Mieza, Constancia de la Mora.
Citamos finalmente algunas escritoras más recientes y conocidas como Josefina Aldecoa con el testimonio de su propia historia y posteriormente María Antonia Iglesias que en Maestros de la República, con los testimonios de familiares y convecinos rinde un homehaje escrito a este colectivo tan duramente reprimido por el franquismo. Recuerda el prestigio que rodeaba a estas personas, queridas y respetadas por sus alumnos y, en concreto, los recuerdos de diez maestros y maestras que fueron asesinados por las fuerzas franquistas. ¡Lástima no tener los testimonios de los 500 maestros que durante la guerra fueron fusilados y de la muchedumbre de encardelados. Entre deportados, exiliados y apartados del magisterio contamos con cerca de 25.000. Aunque la leyenda franquista de la guerra y posguerra, el nacional catalocismo, los hizo aparecer calumniosamente como verdaderos mostruos: rojos blasfemos, ateos y contrarios a la religión, es una grandísima falsedad pues la mayoría de ellos era gente profundamente creyente y muchos murieron con un crucifijo en la mano cuando fueron fusilados. Eran casi siempre un referente cultural y moral para todo el pueblo. Tenían un prestigio reconocido por todos, incluso mucha gente de la derecha en esos pueblos donde fueron fusilados, reconocen que eran unas personas dignísimas y que no merecían esa brutal muerte. En medio de esa larga persecución de aniquilamiento, el miedo más terrible se instaló en las escuelas y en las familias de los maestros. Los que no murieron fusilados tras el levantamiento militar pasaron en su exilio interior la más terrible purga profesional. Morente Valero ha contado hasta 60.000 maestros depurados, y explica en qué consistió la depuración: Al declararse la guerra, los militares se encargan de peinar pueblos y ciudades en busca de maestros republicanos. Pedían informes a los alcaldes y por esa vía se destituyó o separó temporalmente de las aulas a muchos de ellos. A partir de noviembre del 36 la depuración se burocratiza, se crean comisiones provinciales y se les exige a todos los maestros que soliciten su propia depuración como condición para seguir ejerciendo, detallando qué hacían antes y después del 18 de julio, cómo recibieron el alzamiento, sus filiaciones políticas y sindicales, su actividad diaria y privada y además que delataran a sus compañeros. Sin acusación previa, debían acompañar su defensa de los informes del alcalde, el cura, la guardia civil y otros. Muchos optaron por ir al frente. Pero los demás tuvieron que someterse al criterio de la comisión, formada por el director del instituto, un representante de la asociación de padres, "persona de probada moralidad católica", un inspector y dos vocales de "solvencia moral y técnica". "Hubo denuncias privadas, de vecinos, en las que se acusaba al maestro de haber tocado el piano en un baile público,
¿Cómo estaría nuestra cultura y educación si tal represión no se hubiera producido?