OPINIóN
Actualizado 09/12/2014
Francisco Delgado

  El recién llegado, que procedía de ciudades más grandes, más ruidosas, más destructivas, a los pocos días de llegar a Salamanca se dio cuenta de que también en pequeñas, acogedoras, tranquilas ciudades, los monstruos energéticos ( las compañías que gestionan las energías a nivel nacional) habían puesto sus garras.

Lo descubrió de la siguiente manera: Había llegado a la ciudad con un desagradable asunto no resuelto, de abuso de facturación, a lo largo de meses, por parte de una de las "telefónicas": no dice el nombre porque siendo tres las grandes, citar a una no equivaldría a calificar de inocentes en ausencia de buenos tratos a los clientes a las otras dos. Bien aconsejado de que el Ayuntamiento de Salamanca podía mediar en este "desaguisado" ("conflicto" es una palabra demasiado fuerte para los tiempos que corren) salía del ayuntamiento, con la esperanza de nuevo recuperada de encontrar solución a la pequeña pesadilla. (Días después el ayuntamiento salmantino se mostró completamente eficaz en la solución del problema).

Cansado de estas gestiones entró en un bar a descansar, a tomar una copa de buen vino, antes de seguir adelante con su vida. Pues bien ¿qué es lo primero que vio y escuchó allí, en la barra del bar, elegido al azar? A un grupo de cinco hombres maduros ¡¡hablando entre ellos sobre los problemas que tenían varios de ellos con los monstruos energéticos nacionales!!.

El recién llegado pensó que aquello no era debido al azar (no creía mucho en el azar), sino a la estadística: si la primera conversación espontánea que escucha en un bar de una ciudad es una sobre el tema de las empresas de energía y telefonía y las frustraciones de sus clientes, ese hecho significa que  el problema está muy extendido, concluyó el recién llegado.

¿Pero por qué, siendo tan frecuentes estos problemas de clientes con esas grandes y ávidas empresas, no aparecen más difundidos en los espacios públicos?  Muy sencillo, analizó : en un país que lleva seis largos años en una crisis sin salida, en el que gran parte de la población ha sufrido (metafóricamente) golpes y heridas profundas, el hecho de que muchos ciudadanos reciban frecuentemente "arañazos" de injusticia, pasa a segundo plano. Se habla de ello en los bares, o como mucho se hace referencia en algún programa televisivo de humor. "Arañazos" de veinte, cincuenta o cien euros mensuales o bimensuales, no son comparables a perder el trabajo, los ahorros, o la asistencia sanitaria. Un mal "menor", una queja individualizada, sin fuerza alguna, que los monstruos energéticos nacionales saben manejar sin recibir ningún daño.

¿Que la factura de la luz, del gas, del móvil, del agua, no se entiende, pero sí se entiende que cada factura está, mes a mes, un poquito más inflada? No es para tanto. Las ingentes campañas de buena imagen de esas empresas neutralizan los cientos de miles de quejas de individuos?quejosos. Unas cuantas imágenes de bellos atardeceres, de idílicas escenas familiares, de jubilados felices, borran las amargas y diarias experiencias de clientes que solo pueden quejarse en la intimidad de  los suyos.

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