El esposo:
-Te llamo y no respondes
al suave palpitar de mis caricias.
¿En dónde, di, te escondes
que el dedo, don de Dios, ya desperdicias?
Mis manos ajusticias
y ya no sabes dónde
saciar la sed antigua de delicias.
La esposa:
-El tiempo ha derribado
la torre donde guardas tus anhelos.
Ya no rasgan los vuelos
de las blancas palomas nuestro prado,
ni llegan a los cielos
donde tengo mi amor amortajado,
cubierto por los velos
de arrugas en mi rostro desgarrado.
El esposo:
-No sólo mis sentidos,
serpientes sigilosas en acecho,
sobre tu piel rendidos
quisieran aún luchar, también mi pecho
desea por derecho
hasta tu alma llegar y estar unidos
sobre el divino lecho
donde están tus amores escondidos.
La esposa:
-Mi amor es sólo tuyo
y mi alma de su afán en ti reposa.
Me duermo en el arrullo
del canto de tu lira poderosa;
mas ya, mi amor, intuyo,
crisálida preciosa,
muy pronto ha de romper en mariposa.
El esposo:
-Anhelo el claro día
en que leves, tus alas luminosas
desplieguen su alegría
por los pétalos lacios de mis rosas
y liben milagrosas
esencias que destilan, noche y día,
mis cálidas ofrendas amorosas.