OPINIóN
Actualizado 09/12/2014

 

El esposo:

-Te llamo y no respondes

al suave palpitar de mis caricias.

¿En dónde, di, te escondes

que el dedo, don de Dios, ya desperdicias?

Mis manos ajusticias

y ya no sabes dónde

saciar la sed antigua de delicias.

 

La esposa:

-El tiempo ha derribado

la torre donde guardas tus anhelos.

Ya no rasgan los vuelos

de las blancas palomas nuestro prado,

ni llegan a los cielos

donde tengo mi amor amortajado,

cubierto por los velos

de arrugas en mi rostro desgarrado.

 

El esposo:

-No sólo mis sentidos,

serpientes sigilosas en acecho,

sobre tu piel rendidos

quisieran aún luchar, también mi pecho

desea por derecho

hasta tu alma llegar y estar unidos

sobre el divino lecho

donde están tus amores escondidos.

 

La esposa:

-Mi amor es sólo tuyo

y mi alma de su afán en ti reposa.

Me duermo en el arrullo

del canto de tu lira poderosa;

mas ya, mi amor, intuyo,

crisálida preciosa,

muy pronto ha de romper en mariposa.

 

El esposo:

-Anhelo el claro día

en que leves, tus alas luminosas

desplieguen su alegría

por los pétalos lacios de mis rosas

y liben milagrosas

esencias que destilan, noche y día,

mis cálidas ofrendas amorosas.                           

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