OPINIóN
Actualizado 06/12/2014
José Luis Cobreros

Vivimos un tiempo en el que la verdad no es buena compañera. Entre otras razones, porque no aporta grandes beneficios. Aún así, la utilizamos como escudo; la exhibimos como un trofeo pero casi siempre le añadimos, a modo de apellido, un acompañante que será muy útil cuando se destapen los engaños.

Por eso hablamos de verdad a medias, verdad dolorosa, verdad suficiente, verdad necesaria, media verdad y, así podríamos seguir hasta el infinito. De esta forma, tratamos de protegernos frente a las diversas circunstancias que plantea la vida. Apelamos a la verdad y nos servimos de ella en función del fin perseguido. Pero lo cierto es que, estamos hablando de los disfraces de la verdad. Es decir, de la mentira.

Con esta falsa protección se accede a puestos de no poca responsabilidad y, con el paso del tiempo, comprobamos que nada es lo que parecía, porque la verdad no necesita acompañantes; se vale por sí misma. Si no la seguimos de manera fiel, lo que hacemos es rechazarla. Pero es más fácil taparse los ojos e ignorar sus dictámenes, ante los enormes beneficios con que favorecen las mentiras. Sin embargo, el precio que demandan es incalculable, y el daño que ocasionan no tiene medida. Por tanto, verdad y mentira son dos constantes de la condición humana; caminan a nuestro lado sin que nos demos cuenta.

La verdad no se puede ocultar durante mucho tiempo. Porque no está condicionada; no depende de nadie para salir a la luz. ¿Acaso el asesino puede ocultar su crimen, o el defraudador esconder su patrimonio? No amigos, ellos mismos se delatarán a través de sus actitudes, porque nadie puede mostrar aplomo y tranquilidad cuando la conciencia no está limpia. La verdad pesa demasiado cuando se apoya sobre mentiras.

Es deprimente que se hable en diversos medios de mal sistémico; como si los que se han beneficiado, a través de engaños, pudieran justificar su conducta amparados en la costumbre, o en un estado de cosas anterior repleto de basura. Si es así ¿que han hecho los honorables del pasado, al permitir que esas aguas putrefactas contaminaran, primero las voluntades y, después, las instituciones?

Mal lo tiene la justicia con el trabajo acumulado. Es como si de pronto, todas verdades quisieran ver la luz y, en medio de tanta confusión de apellidos, se ha creado un árbol genealógico que no hay quien lo descifre. Aparecen verdades a medias, mezcladas con verdades insuficientes y, mentiras plenas, con apariencia de verdad. 

Pero no es necesario establecer una nueva inquisición para conocer los motivos de tantas conductas inapropiadas. Basta saber que la mayoría de los ciudadanos se identifican con esa verdad sin aditivos, necesaria para restablecer el orden en medio tanto desarreglo.

La condición humana es frágil, pero también es extraordinaria. Hay personas leales que han seguido la verdad sin ese apellido que le resta veracidad. Hay que tener mucha prudencia y dejar que la justicia actúe con independencia y sin presiones de ningún género.

No se trata de un mal sistémico lo que estamos viviendo; únicamente se han hecho presentes los vicios de la condición humana. Bastará con dotar a la justicia de mejores herramientas para disuadir a los tramposos.

 

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