OPINIóN
Actualizado 06/12/2014
Ángel González Quesada

Casi oculto por el brutal y explícito machismo existente en todas las capas sociales de este país, causa directa de la tragedia cotidiana y silenciosa de millones de mujeres, y del explícito sufrimiento por maltrato de muchas de ellas, además de la escalofriante realidad de las cifras de muertes por esa causa, existe un machismo no menos peligroso, mucho más sibilino y tanto más ruin cuanto que quiere hacerse pasar por un inocente y venial axioma, que es el que reina en la enfermiza mente de miles y miles de personas, de ambos sexos, que bajo argumentaciones de supuesta igualdad, de estricto equilibrio y de una falsa lógica quid pro quo, critican, se oponen, pretenden y han conseguido eliminar algunas de las iniciativas legislativas, organismos, programas o actuaciones destinadas a luchar directamente contra el machismo y sus consecuencias.

Esa mentalidad que cree que puede ir con la cabeza muy alta bajo la (falsa) bandera de la igualdad, eliminando discriminaciones positivas para la protección de mujeres en situaciones derivadas del machismo (acoso, maltrato, desempleo provocado por él, acogida...) y que se alimenta, o cae en la trampa, de campañas mucho más interesadas y menos inocentes, como las del falseamiento estadístico de las denuncias por maltrato, la manipulación del significado de las sentencias de separación en cuanto a custodia de los hijos, la elevación a categoría de los casos puntuales de maltrato del otro sexo, es la que, probablemente, más define el rasgo principal de la blandura, falta de convencimiento y desgana con que este país se enfrenta con una tragedia de tales dimensiones.

Además del savajismo machista de los asesinos, maltratadores, chantajistas y extorsionadores de mujeres que tanto abundan en nuestra piel de toro, que tienen un rostro perfectamente reconocible en su brutalidad y comportamiento, y que son previsibles hasta la náusea ?su lenguaje, sus modos, sus propuestas y sus gestos, pero también esa falsa ecuanimidad que tanto los define-, ese otro machismo de rostro inocentón que predica una igualdad que está muy lejos de practicar y que, desgraciadamente, es compartido por muchas mujeres, es, sin duda alguna, el principal caldo de cultivo que en las casas, en los centros educativos, en la calle y hasta en el funcionamiento y lenguaje de muchas instituciones públicas, gesta, alimenta y cristaliza una tragedia innoble de la que algunos siguen sin sentirse afectados.

 

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