OPINIóN
Actualizado 03/12/2014

No tengo quiosco propio y por tanto desconozco cómo es la sensación de cerrarlo. Me hago una idea aproximada de cómo resulta eso. Cerrarlo para irse a descansar merecidamente y volver al siguiente día. O cerrarlo para toda la vida.


          He cerrado también otros quioscos que no son los de las chuches y la prensa precisamente, y creo pueda ser un sentimiento parecido. Uno, a medida que vive va cerrando quioscos tras de sí. De todas clases. Espacios físicos y emocionales. Y bastantes de ellos con mucha pena (alguno escaso hubo que supuso cierto alivio). Se marcha uno a dormir ese día sabiendo que ese espacio ya no se abre más. Y que algo ha perdido. Y da pena. Claro que también intenta uno reconfortarse en el sueño pensando que se podrían abrir otros nuevos.


         Desde la infancia cada cual va cerrando los quioscos precisos para seguir avanzando. Inevitablemente. A sabiendas que una vez echado el candado éste no se va a volver abrir. Y el dolor y la nostalgia aparecen a menudo en ese trance.


         La ciudad (mi ciudad, la nuestra) que estos días paseo tiene montones de locales vacíos, oscuros y sucios. Nunca antes vi tantos así. Posiblemente muchos fueran quioscos que se cerraron definitivamente. Y no sólo vuelvo a referirme a aquellos lugares adonde se vendía la prensa y los chuches, que también. Locales de todo tipo y condición en este caso. Grandes, pequeños, lujosos, modestos. Y siento nuevamente esa pena y la nostalgia de que antes les hablaba. Y retorno a ese sentimiento tan compartido y común hoy en día de cuánto significa echar un candado a las ilusiones de toda una vida. Cerrar un capítulo escrito con toda la esperanza posible. Y además atisbar por el horizonte tan poquitas esperanzas de cambio. Todo, todo tan oscuro.

 

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