OPINIóN
Actualizado 01/12/2014
Lorenzo M. Bujosa Vadell

En los últimos tiempos ha demostrado su plena actualidad el viejo título de una de las obras más influyentes de la filosofía política y económica del siglo XIX. Las paradojas de la compleja realidad hicieron que en 2001 fuera transferido a la sede episcopal más antigua de Alemania otro tal Marx, no Karl, ni Groucho, sino Reinhard, justo a la misma ciudad en la que bastantes decenios antes había nacido el principal autor del Manifiesto Comunista. Este obispo, ahora cardenal, tras estudiar los principios de la ética social cristiana, se atrevió también con un interesante y grueso volumen al que puso como título provocador Das kapital. Ein Plädoyer für den Menschen,  es decir, El Capital. Un alegato a favor de la Humanidad. Todavía más recientemente, nos ha sorprendido una dura polémica económica en torno a otro volumen, de contenido bastante más complejo, esta vez con el original en francés: Le capital au XXIe siècle, o sea, El capital en el siglo XXI.

No pretende uno hacer hoy una columna de teoría económica, ni siquiera un leve comentario a las tres obras dispares con el mismo título a las que me he referido. No porque no lo merezcan, que lo merecen sin duda; ni siquiera por la evidente ausencia de suficiente preparación para análisis profundo de quien escribe estas líneas, pues ya otras semanas nos hemos metido en camisas de once varas, confiando en la benevolencia del sufrido lector. En sustancia, no se pretende aquí tratar sobre cantidades de dinero, valores ni rentas. Pero sí sobre inversión, potencialidad productiva y patrimonio. En realidad estas líneas de hoy, aunque hasta ahora no lo parezcan, no son más que una breve crónica.

En la Facultad de Derecho de nuestra Universidad se ha celebrado en los días pasados un evento científico ?sí, queridos colegas de otras facultades, y queridos políticos de turno, en Derecho se hace ciencia y muy activamente además-. Los protagonistas han sido los maltratados jóvenes investigadores, a los que en estos últimos lustros se les ha impedido promocionarse como es debido, porque nuestros ilustres gobernantes carecen de la necesaria visión de futuro para establecer las verdaderas prioridades del país. En otros lugares la crisis económica lleva a aprovechar el momento para invertir para el mañana, con todos los controles del mundo. Aquí no ha interesado apenas el capital humano, y en cambio los controles imprescindibles parece que han fallado en lo más elemental. El mundo al revés.

Pero nos empeñamos en llevar la contraria. De forma pacífica, con nuestra mejor sonrisa y demostrando que hay activos dispuestos a superar suicidas limitaciones en el apoyo a grupos de investigación, a trascender viejas y anquilosadas peleas entre universitarios y dejar entrar aire fresco en la monotonía de la burocracia universitaria. Nos da igual que se aprovechen de nosotros quienes tienen el poder político -que lo hacen-. Saben que estamos trabajando en lo que nos gusta y que si no hubiera que comer, vestir y financiar mínimamente a la familia, lo haríamos todo gratis. Pero mientras se mantenga esta situación de carencia no estaremos en un país en orden, ni preocupado realmente por el bienestar de las próximas generaciones.  

Los jóvenes procesalistas que han expuesto y debatido de manera brillante sus reflexiones sobre asuntos de primera línea de la problemática actualidad jurídica, los estudiantes que han apoyado generosamente para que todo funcionara como una seda, y hasta los profesores más maduros que han intervenido también contrastando sus pareceres y dejándose contagiar por la energía juvenil, todos ellos nos demuestran una vez más que a pesar de los pesares la Universidad es la que tiene en su seno un cuantioso capital que ni el más loco y cegato de los gestores de la cosa pública se debería permitir derrochar.

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