Termino de pedir un tinto en el bar de Emilio. La verdad es que voy a tomarlo más tranquilo que nunca. Rajoy ha despejado todas mis dudas, ha alejado todos mis temores. El preboste de España ha afirmado que la corrupción no está generalizada y, oye, he respirado a gusto.
Es que yo pensaba que? Y resulta que no, que la clase política es sobre todo honrada y que sobre eso no cabe ninguna discusión.
Qué rico me va a saber el vino hoy, ahora que sé que el marido de Ana Mato es una excepción; ahora que me han informado que el hecho de que el PP tenga caja B, no es, para nada, la norma; ahora que soy consciente de que los Bárcenas, Pujol, Matas, Fabra y tantas otras alimañas, son producto fortuito de una sociedad política bien asentada y con escasas fisuras en su honradez.
Emilio acerca la botella a mi vaso y sonrío al recordar lo rico que va a saberme el vino, símbolo, en mi caso, de la tranquilidad que me da saber que quienes deciden los designios de mi economía, quienes organizan la educación de mis hijos, quienes gestionan nuestra sanidad? son buena gente, tipos honrados a carta cabal.
¡Qué mala suerte tengo!
¡Qué mala suerte! De verdad.
Para un día que el vino iba a saberme bien? Para un día en el que no hay nada que me amargue este momento? Para un día que soy feliz? Va el vino, y está picado.