Viendo a la gente andar, ponerse el traje
el vestido, la piel y la sonrisa
comer sobre los platos dulcemente
afanarse, correr, sufrir, dolerse
todo por un poquito de pan y de alegría,
viendo a la gente, digo, no hay derecho
a castigarle el hueso y la esperanza,
a ensuciarle los cantos, a oscurecerle el día,
viendo, sí,
cómo la gente llora en los rincones
más oscuros del alma y sin embargo
sabe reír y andar derecho,
viendo a la gente, bueno, viéndola
tener hijos y esperar y siempre
creer que van a mejorar las cosas
y viéndola pelear por sus riñones,
digo gente,
qué hermoso andar contigo
a descubrir la fuente de lo nuevo,
a arrancar la felicidad,
a traer el futuro sobre el lomo, hablar
familiarmente con el tiempo y saber
que acabaremos y de una buena vez por ser dichosos,
qué hermoso, digo gente, qué misterio
vivir tan castigado
y cantar y reír
¡qué asunto raro!
(*) Titulo el texto con los versos del ciudadano y poeta, Juan Gelman.
Hace ya un tiempo que me ha cambiado la mirada. No voy a cansarles con los motivos de esta mudanza porque no vienen al caso, pero sí me gustaría hablar con ustedes de sus consecuencias.
Han sido múltiples, y querría poder ensamblarlas según voy caminando, a su lado, a través de estas palabras.
Una de ellas, acabo de nombrarla, es haber recuperado una suerte de mirada sobre las cosas que tenía, si no perdida, un tanto postergada. Ha venido de la mano de un cambio de percepción en eso que llamamos tiempo, concepto un tanto inasible, pero que necesitamos creer tenerlo de nuestro lado.
Los dos, tiempo y mirada, se han puesto en marcha gracias a un engranaje donde se encaja un tercer dispositivo, el movimiento. He recuperado el paso: camino, paseo y también avanzo, hasta convertirme en una suerte de flâneur, asumiendo alguno de sus rasgos.
Nada descubro si les digo que quien mueve las piernas no solo mueve el corazón, pero conviene saber también que activa el cerebro, que se irriga de tal modo que no para de provocarnos toda suerte de cavilaciones.
Así es, ahora camino, pero como voy al paso, se me permite mirar lo que veo, lo que se me presenta y ofrece, también lo que busco. Levanto la vista y la expando para tener una visión de conjunto. Pero sin olvidar que no debo dejar de mirar hacia abajo, diseccionando lo concreto. Al paso, decía, escucho lo que oigo (un nuevo elemento de ajuste) y también miro hacia dentro. Lo dicho, un flâneur de nuevo cuño: camino, veo, rumio.
Y lo que veo y escucho tiene esa combinación tan humana entre lo mostrenco y lo amable, que por un lado encoleriza y por otro te reconcilia, "viendo, sí, cómo la gente llora en los rincones más oscuros del alma y sin embargo sabe reír y andar derecho".
Yo siempre me he tenido por un pesimista esperanzado, pero lo que ahora compruebo en esta singularidad tan humana, la dialéctica, que se asemeja al fiel de una balanza, siempre en movimiento, tan cambiante, ya no da juego ni siquiera para el incierto equilibrio de un funámbulo, parece rota su siempre buscada centralidad, mostrando la falsa equidistancia de las cosas.
Quizá se deba a que uno de los platillos del aparato ya no bascula, no puede ni fantasear con un cierto contrapeso, está como abatido, inerte. Ni tan siquiera sueña con el corto vuelo de una gallina, porque el contenido de la otra bandeja hace tiempo que no está, hasta el punto de hacernos pensar si alguna vez existió.
Aquella viñeta de El Roto en la que una anciana, cubierta con harapos, abre la puerta de un enorme y flamante limusina a un señor elegantemente ataviado, que le espeta sin mirarla ?pague al chófer, mientras ella le responde con la mirada baja ?gracias, señorito, explica desde un ángulo más cercano lo que trato de decir.
Recuerdo entonces las palabras de aquel político y filólogo sardo, al que le cerraron el paso sin conseguir que dejara de mirar, ni siquiera "hacia dentro", en su largo tiempo de encierro. Vino a decir que el pesimismo es un asunto de la inteligencia, que observa lo que ve en derredor y no le gusta, y el optimismo de la voluntad, la de querer cambiar las cosas; una acción reactiva, la óptima.
Hay que sumar miradas, pasos, voces para avanzar, solo entonces será cuando ganemos, solo así podremos recuperar la dignidad.
Tenemos que sumar, para entre todos "descubrir la fuente de lo nuevo". Por ese motivo yo también estaré a las seis y media de esta tarde en la Plaza de Anaya; con la gente.