OPINIóN
Actualizado 29/11/2014
Fructuoso Mangas

A la mitad del otoño es inevitable confesar lo que sigue.                               .                                                                El otoño es, o eso me parece a mí, la estación del año más cargada de humanidad y de belleza. Y este breve espacio no es suficiente para dar paso a todos los argumentos. Repaso algunos.

Es una estación preñada de energía y de vida, es el momento de "la plenitud de año" como sugiere su nombre, del latín "auctus annus", quizás porque en este tiempo se recogían los frutos menos perecederos que salvaban la larga travesía del invierno, desde el maíz o las bellotas hasta los higos y una larga variedad de frutos secos. Su nombre griego, "fcinóporos" (algo así como "frutomaduro") sugiere también esa expectación ante la maduración del fruto que viene. Las últimas generaciones, rodeadas de fáciles espacios comerciales, han olvidado ya esos momentos del año que eran la clave de una supervivencia tranquila y en los que se jugaban cosas decisivas.

El catalán, que dice "tarda", subraya esa cierta lentitud y calma que el tranquilo otoño, sin especiales sobresaltos de frío ni de calor, trae cada día, sobre todo cada tarde. Quizás por eso mismo y a la vista de las hojas que amarillean y caen, se compara, con acierto me parece a mí, al otoño con al atardecer de la vida. Si todo va con normalidad de vida y de salud ese atardecer es efectivamente como el otoño, tranquilo, suave y hasta más lento que la alborotada primavera o que el asfixiante verano, aplicados a la vida humana. Es la serenidad, libre y plena, de la existencia. Y ahí hay que situar el clima suavizado, el color tan variado y refulgente, el esplendor de oro de muchas tardes. Salamanca, dorada y otoñal, es una joya cada atardecer o cada mañana con el sol suave bañándolo todo con cuidado; basta pasear, con frio o lluvia o con sol, por cualquier horizonte de la ciudad, desde los bajos del río hasta lo alto del cementerio o en el largo banco del Corrillo, para sentir y ver la belleza transparente y humana del otoño por estas tierras.

Y está esa sugerencia que desde hace siglos trae el otoño como metáfora de la vida humana, desde aquel verso en el Canto VI de la Ilíada, "como las hojas del árbol, así la vida humana", pasando por Virgilio (desde el omnia rident  de la Égloga VII hasta el lacrimae rerum  de la Eneida) hasta, por acabar un hilo de oro interminable, George Elliot (o sea, Mary Anne Evans) cuando dice que "si yo fuera un pájaro volaría alrededor de la tierra en busca de otoños consecutivos" o lo de Francisco Miralles al hablar del otoño, "esa suave decadencia que en oro lo envuelve todo".

Y para pensar, entre el otoño y la vida, me quedo hoy con la advertencia de Salvador Puig (el poeta uruguayo, no el Antich) de que para entender la vida "se debe estudiar de cerca la biografía de un árbol".  Me voy a la calle y entre árboles sigo el estudio. Otoño puro.

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