Dejemos que al menos los poetas pongan un poco de cordura en este vacío, esta desolación de pensamientos y sentimientos que nos invade. Escuchemos hoy al latino Virgilio, que nos dice en la Eneida: "Auri sacra fames", Maldita sed de oro ("sacra" tiene aquí un sentido irónico). "Quid non mortalia pectora cogis?" (III, 56-57). ¿A qué crimen no fuerzas al corazón del hombre? Ah, las medallas, la bota de oro, el balón de oro? Y el oro negro y las guerras que genera? el oro, el oro. Y podemos atrevernos a parafrasear al poeta: ¿A qué ridiculeces fuerzas a tantos periodistas deportivos y otros contertulios? ¿No ves que están hablando horas y horas diciendo sandeces sobre el oro, sobre quién se llevará el balón o la bota de idem? Y esas necias palabras se pagan también a precio de oro: que si al pichichi le falta cariño, que si el otro futbolista ha dicho que se va si le pagan más millones en otro sitio. Todo en oro. Aquí sí es oro todo lo que reluce. Hasta las patadas y los cabezazos que dan no sólo al balón sino también al tobillo o la espinilla, o la cabeza del contrincante, o del enemigo; y si se da disimuladamente mejor. Y no hablemos de los mordiscos. Todo es oro, que se paga en euros, en dólares.