OPINIóN
Actualizado 26/11/2014
Manuel Alcántara

La primera percepción estética que creo haber tenido sobre el significado de la imagen de una casa con chimenea de la que asciende hacia el cielo un penacho blanquecino, a veces grisáceo, se la debo a una obra de Víctor Hugo. Mi mala memoria me hace no ser capaz de recordar si es en la pieza de teatro  Hernani o en la novela Noventa y tres. Una mansión en el costado de un valle en otoño cuando los colores se difuminan salpicando los árboles que han perdido casi todas sus hojas entre aquellos que las guardarán en el invierno, prados que exhiben la otoñada, linderos de piedra, y en medio una edificación que solo se avizora por unas contraventanas de color, el tejado oscuro y, por encima de todo, esa columna ascendente mecida por la brisa que a veces desaparece o simplemente se confunde con la humedad que todo lo invade.

Sabemos que la domesticación del fuego por la humanidad es un avance definitivo en la evolución. Un paso trascendental que mantenía conjunta a la manada. La manipulación de los alimentos y el calor en los territorios de clima hostil fueron pasos fundamentales en la propia configuración de nuestra cultura. Siempre he creído que, además de la impresión artística que me produce, una chimenea encendida en una casa es un signo de placidez. Una alerta de que la vida bulle bajo el tejado y que el ardor de unas brasas acompaña a una vida armoniosa. Es posible que mi fantasía edulcore una realidad más prosaica, que la imaginación oculte el drama, la soledad inhóspita, el desorden impenetrable.

Por otra parte, el humo es la metáfora perfecta de la inanidad de la materia y casi diría que, por prolongación, de la misma vida. Como palabra la asociamos a otras porque tiene la capacidad de ocultar, de manera que nos referimos a cortinas de humo, o es sinónimo de orgullo o presunción, por lo que pedimos a alguien bajar los humos, o representa la dilapidación, cuando algo se convierte en humo. Es también un recurso trágico en el relato de nuestra historia al referirnos al de los crematorios. Pero hoy mi visión es la melancólica del hogar, la que emana de esa chimenea ennegrecida que frente al insípido vapor de agua trae un olor entrañable a leña que recuerda otras fumarolas, otros momentos pasados, el sentido del final de la tarde.

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