OPINIóN
Actualizado 25/11/2014
José Javier Muñoz

    Cada vez se utilizan con más frecuencia palabras de sentido total, íntegro o absoluto. Escribí por primera vez sobre el síndrome del todismo en 1992, en la entonces Gaceta Regional. Lejos de remitir, el fenómeno del todismo ha arreciado hasta convertirse en una plaga. Puede constatarse en cualquier medio informativo, especialmente en la radio y la televisión, donde proliferan hasta el punto de que apenas hay improvisaciones, entrevistas, crónicas, concursos o anuncios que no incluyan sin venir a cuento alguno de los términos todo, absolutamente, siempre, nunca...

      Estas palabras se ajustan a la verdad cuando se aplican a hechos incuestionables, como que "todos" vamos a morir y "siempre" que llueve escampa. También sirven de recurso retórico, ya sea poético, coloquial o publicitario, en cuyo caso disculpamos su falsedad porque inconscientemente ponemos un filtro reductor a la exageración. El problema está en el abuso de ese lenguaje "totalitario", en particular cuando se aplica además a mensajes que deberían ser objetivos y realistas.

     La cuestión no es baladí porque las palabras compartidas y más usadas son síntomas del estado intelectual de una sociedad. En la corrección de cerca de seis mil ejercicios de redacción de estudiantes de periodismo pude comprobar que el todismo es indicio de exageración temperamental, pereza mental o pobreza expresiva. Ahora bien, su proliferación en ambientes presumiblemente cultos rebasa esa explicación individual. Cabe hablar de una extendida mentalidad totalitaria desde el punto de vista lingüístico, una forma de enfocar las cosas y las ideas como si fueran de una sola pieza, sin matices ni excepciones.

     La primera causa es el espíritu contradictorio surgido del posmodernismo entre la síntesis (el minimalismo) y la disgregación (el todo vale). La solución a granel o generalizadora consiste en recurrir a un cómodo conceptualismo absoluto. Otro factor decisivo es la creciente tendencia a sacralizar lo mediocre e igualitario. En el subconsciente colectivo ha podido imprimirse el aviso de que resulta más seguro hacer uso de ese totum revolutum que de lo minoritario, disidente y excepcional. Y un tercer motivo, la aceptación generalizada y acrítica de que nos hallamos en un mundo sin fronteras, la aldea global que pronosticaba McLuhan.

    Por mediocridades intelectuales como estas, nos va como nos va en la educación y la política.

 

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