OPINIóN
Actualizado 24/11/2014
Sagrario Rollán

Acción y contemplación fueron tradicionalmente contrapuestas en Occidente, en detrimento de la primera,  por las élites aristocráticas en Grecia, pues  ya Aristóteles cifra la máxima felicidad en la vida teorética,   y luego por el espiritualismo cristiano platonizante. El trabajo se comienza a dignificar en el mundo protestante, ¿será por eso que en los países del norte de Europa hay menos paro?

Cierta deriva de la contemplación hacia la pasividad  se ha infiltrado en la escuela. Deambulando por aulas y pasillos pasamos al lado de niños y adolescentes de los que no sabemos casi nada,  como en aquel poema  de E. Dickinson  nos cabe preguntar  si sus mentes estarán habitadas, ni siquiera sabemos si  tienen alguna interioridad habitable,  estos niños de los que,  ante todo,  esperamos que se estén quietos en clase y sean receptivos.

Y tú, ¿qué sabes hacer, qué te gusta? Papiroflexia, malabares, abalorios, pasteles, grafitos? etc.,  habilidades y gustos de nuestros alumnos al margen y fuera de la escuela. Y que en la escuela,  desgraciadamente para ellos pero también para nosotros, no sirven para nada. Desde luego el proceso de enseñanza-aprendizaje sería profundamente enriquecido y revitalizado si no se diseñara al margen de dichos saberes, de cualquier "saber hacer" por precario que parezca. La escuela  no puede funcionar ignorando la "Techné", quizá en buena parte  a esto se deba el fracaso y la frustración que genera. Frustración y fracaso   acrecentados cuantas más reformas y leyes  vuelven a poner y quitar apósitos, sin incidir realmente en la herida para sanear y airear de una vez la inteligencia infantil.

A sabiendas de lo que hacemos saborearíamos lo que aprendemos. Niños que amaban la plastilina, el baile o la  jardinería, van perdiendo facultades; a medida que ascienden por la escala académica, presionados por rangos, diplomas y notas, se vuelven anémicos y paralíticos, olvidan la iniciativa, pierden el gusto,  finalmente se tornan  pánfilos (todo  gusta quien nada valora ni discierne), amén de que tampoco ayudan ni colaboran en casa bajo el pretexto de que tienen  mucho que estudiar.

De la labor orientada al sustento o al  trabajo productivo, a  la acción creadora  que instaura  el mundo, como señala H. Arendt  solo hay un par de pasos, pero hay que atreverse a darlos (educar) con el fin  de  hacer del niño un verdadero aprendiz, enderezado y motivado por el trabajo,  la investigación, el compromiso innovador y responsable en una sociedad cambiante.

No bastan los programas de emprendimiento, menuda retahíla burocrática e insulsa, vaciadora de mentes y arrasadora de contenidos claros y precisos.   Si aciertan, sin embargo,  los que en su escuela o colegio incorporan actividades de voluntariado social,  animal,  medioambiental, o de estética ciudadana, simplemente - todo cuenta para estar a gusto, también la manera como cuidemos el aula y los pasillos, donde pasamos tantas horas-,  que tal vez empieza por no rayar los tablones de anuncios ni patear los libros y las mesas.

El profesor dispensador de saberes está  caduco en una sociedad del conocimiento, mas como ya preconizara Françoise Dolto en "La causa de los adolescentes" (1988) es más fácil reivindicar aumentos de presupuesto  y disminución de ratio que transformar positivamente  la mentalidad del funcionario público o desenmascarar su inercia anquilosante.

 

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