OPINIóN
Actualizado 23/11/2014
@santiriesco

Es la segunda vez en dos años que visito Israel y Palestina. En ambas ocasiones he viajado con el Centro de Tierra Santa  (CTS) que los Franciscanos de la Custodia tienen en Madrid. El año pasado acompañé a un grupo de peregrinos españoles para visitar la tierra de Jesús. El resultado fueron tres reportajes-documentales con éxito de público y crítica. Aún se pueden ver en internet pinchando sobre sus títulos: Galilea: la tierra de Jesús Jerusalén, entre el cielo y el suelo y Cristianos en Tierra Santa.

En esta ocasión hemos tenido la suerte de viajar únicamente con el director del CTS, el franciscano Teodoro López. Un burgalés que conoce como pocos la historia, la geografía, la idiosincrasia, el pasado y el presente de palestinos e israelíes, de musulmanes y judíos. Un lujo para un equipo de televisión.

Con su ayuda ?y la de los franciscanos de la Custodia de Tierra Santa- hemos podido grabar las dos historias que nos han vuelto a llevar a este lugar sagrado para las tres grandes religiones monoteístas, al epicentro del equilibrio mundial, al lugar más caliente del planeta.

Queríamos contar cómo viven las familias católicas el conflicto entre Israel y Palestina al ser una minoría dentro de la minoría cristiana. Y hemos podido grabar con tres de ellas. En Belén (Palestina), en Betfagé (Israel) y en la Ciudad Vieja de Jerusalén. En los tres casos el muro de hormigón levantado tras la segunda intifada por el gobierno israelí es el protagonista. Un muro que, más que separar, encierra a los palestinos en gigantescos campos de concentración. Un ejemplo: Jerusalén y Belén están a ocho kilómetros de distancia. Antes los cristianos de las dos ciudades se reunían para celebrar la Pascua en el Santo Sepulcro y la Navidad en la Gruta de la Basílica de la Natividad. Desde el año 2002, con los nueve metros de altura de hormigón, dependen de los pases que aleatoriamente les conceda el gobierno israelí. Conclusión: las pequeñas comunidades de cristianos se encuentran aisladas. Sin posibilidad de crecimiento. Abocadas a emigrar.

La segunda historia que hemos grabado tiene que ver con la obra social de los franciscanos. Una obra social que no mira la nacionalidad, la religión, la lengua o la raza. Aquí los frailes llevan ochocientos años atendiendo a los que lo tienen más complicado, a los que peor lo pasan, a los marginados y, por supuesto, a una minoría cristiana acosada y vilipendiada por judíos y musulmanes radicales. Desde la Custodia se pagan cada mes 2.000 salarios a las familias cristianas que trabajan en cooperativas de artesanía, en escuelas, en centros de atención a peregrinos, en el mantenimiento de los santuarios. Y se ocupan de los niños de las familias desestructuradas en un hogar modélico. Y dirigen un instituto musical en el que los más pobres aprenden a solfear en un idioma común, el de la música, que es auténtico instrumento de paz.

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