Cuando alguien no quiere seguir manteniendo una relación personal, social o política, la acabará rompiendo; ya sea de forma legal, de hecho o por la brava.
Para corroborarlo, en Europa tenemos los ejemplos no tan remotos de la desmembración de Yugoslavia o la escisión de las repúblicas bálticas y otros países de la antigua URSS.
Así que no basta con la aplicación de la ley contra el secesionismo de Cataluña, sino que es necesario el enamoramiento de los catalanes de España, que quieran mantener la convivencia exitosa de varios siglos con sus compatriotas. No en balde, el Estado ha tenido presidentes catalanes como Prim o Estanislau Figueras y, más recientemente todopoderosos vicepresidentes como Narcis Serra.
Incluso hubo ministros inteligentísimos, como Francesc Cambó, que pretendieron ?sin éxito, hay que decirlo? "catalanizar España". Es que hace un siglo Cataluña ya era una avanzada de modernidad, liberalismo, creación cultural y progreso económico. Por eso mismo, resulta al menos paradójico que en dos de las regiones menos avanzadas de España en la Edad Media ?País Vasco y Cataluña? prolifere el separatismo dado que su enriquecimiento y progreso han tenido lugar en el mercado español.
Me parece harto difícil, sin embargo, conseguir esa seducción amorosa cuando bastantes españoles reniegan de serlo o anteponen a ello antañones localismos geográficos. Tampoco entiendo una reforma federal de nuestra desfasada Constitución ?habiendo tantas otras imprescindibles y urgentes?, ya que los nacionalismos radicales no pretenden la igualdad entre Estados dentro de una federación, sino la drástica diferencia entre ellos y los demás.
Finalmente, me temo que los partidos nacionales españoles están más por sus querellas internas que por esta tarea de enamoramiento aquí propuesta: explicar los logros de España en estos años, los sectores en que es puntera en el mundo, las libertades de que carecen en otras partes, la pertenencia a una marca emergente y con unos valores que pueden ser hegemónicos en el mundo?
Al contrario: su visión miope y cortoplacista puede acabar impulsando el troceamiento negativo de España, como si las corrupciones de Millet y de Pujol fuesen más democráticas que las de Bárcenas y compañía.
Y la cosa puede no acabar ahí, propiciando un secesionismo contagioso en Europa, desde Laponia al Mediterráneo, que es la disculpa que algunos buscan para acabar con una Unión Europea protectora que no quieren y sustituirla por otra elitista en la que no cabría Cataluña, por supuesto, y quizá ni España ni la mayoría de miembros actuales de la UE.
Mejor sería, pues, enamorar a los catalanes y que, en lo posible, ellos fuesen quienes liderasen España.