OPINIóN
Actualizado 22/11/2014
Manuel Lamas

Qué pocas veces, las personas, sometemos a la conciencia el concepto de igualdad. Solo intuimos su significado empujados por los efectos que produce su contrario. Es decir, por la adversidad y dolor que ocasiona la desigualdad.

De esta forma, se levantan todo tipo de fronteras. Las físicas, fácilmente vulnerables, cambian su ubicación arbitrariamente. Las religiosas, ocultan  su raíz en la mente de las personas, arrogándose, cada cual a su modo, la exclusiva  de Dios. Pero, la frontera más robusta, extremadamente difícil de eliminar, se levanta sobre la base del egoísmo individual, promovida por las necesidades humanas. Es la que divide a la humanidad en categorías sociales (ricos, pobres, enfermos, delincuentes etc.).

Históricamente, las comunidades han sobrevivido sobre la base de estas divisiones. Los agentes sociales de las distintas comunidades, anclados en esta injusta separación, han permitido que esas diferencias se acentúen con el paso del tiempo.

Las diferencias económicas y culturales entre los estados, son la principal fuente de distorsión y conflictos. Es evidente que, aquellos que viven en zonas favorecidas no están dispuestos, bajo ningún concepto, a perder sus privilegios. De esta forma, amparados por los beneficios de un progreso injusto, defienden una  prosperidad selectiva  sobre bases desestructuradas. Lógicamente, el equilibrio no será posible. Lo único que se conseguirá es dilatar en el tiempo la agonía económica y cultural de muchos pueblos.

 Por mucho que los políticos y economistas auguren prosperidad y crecimiento, no será posible creerles. Habría que modificar, en todo caso, la forma de abordar los problemas que un mundo más evolucionado plantea. Las tácticas domésticas aplicadas en el pasado ya no sirven. Hoy el mundo, demanda decisiones innovadoras porque sus problemas son enormes.

Generalmente, las fronteras humanas, han sido promovidas por ideologías, o por conductas antisociales que, en modo alguno, han pretendido el bien para todos. Tengamos en cuenta que, no existe ideología que no genere conflicto. Quien se ciñe ciegamente a ella, no tarda en acusar sus efectos. Aquellos que tratan de defenderla, chocan, indefectiblemente, con ideas contrarias que nutren ideologías diferentes. Por eso, todas las ideologías generan servidumbre; anulan en el ser humano la capacidad de participar universalmente del bien.

Si queremos derribar las fronteras que hoy separan peligrosamente a la humanidad, hemos de hacerlo desde las ideas; con nuevos planteamientos sobre la convivencia; potenciando, en todo momento, el principal factor de equilibrio. Es decir,  aplicando una justicia distributiva, en todas las áreas y sobre el conjunto de los bienes.

La realidad social de nuestro tiempo, exige un ingente ejercicio de reflexión, para no omitir ninguna de las exigencias que esta nueva forma de entender la convivencia plantea. En caso contrario, los fanatismos no dejarán de multiplicarse  con el consiguiente perjuicio para todos.

Probemos a sustituir bombas por formación, odio por empatía y, después, volvamos al principio. En nombre de la evolución y del progreso para los de siempre, no es posible sacrificar los derechos  de tantas  personas sin pagar un alto precio.   

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