OPINIóN
Actualizado 20/11/2014
Enrique de Santiago

Unas copas de sangre de toro, una rubia brillante y muy fría, unas viandas bien presentadas y mejor preparadas, una noche fría y lluviosa de noviembre, la imagen del sosiego y amistad, con una conversación agradable y tranquila, hasta que uno de los comensales comenzó a realizar un análisis revolucionario de la situación político-económica en la que la culpa de la crisis era de la banca, la casta política, las empresas y ? A alguien se le ocurrió decir que el pecado era de todos, momento en el que el más sosegado, mesurado y pacífico, por una vez y sin que sirva de precedente, perdió los nervios y gritó: "mía, no" en la imagen ya consolidada del indignado.

            En un análisis templado de la situación y las causas que nos han llevado a ello, no podemos evitar las referencias ciertas a que todos, de una u otra forma, en una u otra medida, hemos propiciado, colaborado, o sencillamente nos hemos mimetizado, con la situación que se vivía. Teníamos bancos que nos daban más de lo que necesitábamos y pedíamos, empresas que jugaban con dinero negro, falta de profesionalidad y la búsqueda descarnada del dorado, en la que se observaban desequilibrios inconsistentes en los que un catedrático de universidad cobraba la tercera parte del operario sin formación alguna, se cuadruplicaba el precio de las cosas de un año a otro y a todo el mundo le parecía normal y bueno.

Contemplada esta situación, era lógico, y alguno lo pusimos de manifiesto antes de que sucediese, que el entramado haría aguas por insostenible y, pese a ello, no fuimos, no somos, no hemos sido capaces de articular fórmulas de solución o de evitación, pues negábamos la premisa mayor, y nos aferramos a la divinidad del metal que lo solucionaba todo.

            Ahora se manipulan las causas, se criminaliza a terceros, no se acepta la ceguera propia y, para salvar la situación, se opta por soluciones pacatas, falaces y tan crueles como las que se pretenden o se dicen evitar.                Hemos creado sistemas de concursos de acreedores que dan cobertura, y pingües beneficios, a algunos administradores concursales que crean telas de araña que controlan la situación, los colegios profesionales, liquidan la empresa, despiden a los trabajadores y sólo ganan ellos; en lugar de crear, en los bancos, en las empresas, en los acreedores, sistemas o fórmulas de sostenimiento de la empresa, sin fugas económicas en gestores, articulando sistemas de interconexión entre la necesitada y las que puedan necesitar de sus servicios, generando negocio y creando riqueza; pero no, hemos optado por liquidar.

        Hemos admitido la dación en pago de la deuda y el impago de esta, como una solución eficaz al deudor recalcitrante, con la que al final pagamos su deuda los demás, en lugar de estudiar alternativas novedosas, como la hipoteca inversa o incluso la cesión de la propiedad al acreedor que mantiene al deudor en la vivienda, en usufructo, mientras cubra los intereses de la misma, con opción de recuperación de la propiedad y/o rehabilitación del crédito hipotecario en caso de mejor fortuna.

            Estamos trasladando la responsabilidad a quien posiblemente la tenga, sin darnos cuenta de las barbaridades y canalladas que estamos haciendo, sin admitir nuestra cuota parte de culpa,  sin ser conscientes de que se pueden hacer las cosas de otra forma e intentar crear y generar riqueza, en lugar de destruir la poca que tenemos.

           Quizás no sean las mejores ideas del mundo, pero son líneas de trabajo que buscan crecer y no morir entre la mierda, que es lo que se está haciendo, creando carcinomas tan graves, o más, que los vividos hasta el presente.

           De poco sirve criticar a la casta, culpar a la banca, exigir cambios si no cambiamos nosotros, si nos burlamos de quien busca soluciones, si no somos capaces de ver que hay otras formas de hacer las cosas y que es posible cambiar sin romper, sin dañar, y nos empeñamos en ir al precipicio.

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