OPINIóN
Actualizado 20/11/2014

La directora de secundaria del Colegio de la Anunciación de Valencia ha tenido una iniciativa interesante: ofrecer a los alumnos de bachillerato un encuentro con profesionales de diferentes sectores de la sociedad civil para que conozcan la diversidad de estudios universitarios y descubran la posibilidad de vivir con moderada plenitud una vida profesional. A lo largo de todo el curso irán pasando por estas aulas profesionales del mundo de la economía, la sanidad o la educación.

 
Poco le ha importado al equipo directivo alterar los horarios, romper con la rutina y convocar a los diferentes cursos en un modesto gimnasio que hace las veces de salón de actos. Están convencidos de que hay actividades educativas que merecen la pena con independencia de las programaciones, del juicio administrativo que emitan los inspectores, y hasta de la valoración sindical o política que realicen las autoridades. No han tenido miedo a marcar diferencias con otros centros y quieren dejar muy claro a la comunidad educativa que el contacto directo de los alumnos con profesionales de la sociedad civil puede enriquecerles.
 
Me pidieron que iniciara este tipo de encuentros y les transmití una idea muy clara: los años de bachillerato son determinantes en el proceso de maduración. Más de una vez le oí decir a personajes como José Luis López Aranguren o Julián Marías que no somos de donde nos vinieron a nacer sino de aquel lugar donde hemos hecho el bachillerato. Tenían razón estos maestros, son años determinantes en los procesos de socialización juvenil: marcan el tránsito de la adolescencia a la juventud, de la vida familiar privada a la vida social o pública, de una instrucción obligatoria a una formación voluntariamente elegida.
 
Esto lo sabían bien quienes propusieron la reforma educativa de los años setenta del siglo pasado cuando vertebraron la formación de estos años con la formación en humanidades clásicas. La Filosofía y otras disciplinas humanísticas desempeñaban en el bachillerato un papel nuclear que la LOGSE, la LOE y la LOMCE han pervertido miserablemente. Ahora el bachillerato es una etapa donde la neurosis de los controles y las notas dificulta una verdadera formación humanística. No hay tiempo para disfrutar y leer a los clásicos de la cultura o el pensamiento, sólo hay tiempo para preparar una absurda selectividad que infantiliza todas las programaciones. El COU embruteció el BUP y ahora los dos años de Bachillerato no se utilizan para madurar sino para competir, discriminar y simplificar las capacidades.
 

Los clásicos del bachillerato ayudaban a tener disciplina, método en el trabajo y una capacidad para la lectura empática que facilitaba la comprensión de cualquier texto. También ayudaban a distanciarse del brumoso presente, conquistar un juicio propio, proyectarse en el tiempo y, a veces, rozar el mundo de los sueños.

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