OPINIóN
Actualizado 20/11/2014
Víctor Hernández

En los antiguos modos griegos el canto comenzaba, de forma habitual, en la nota <la>, sin embargo fue Guido de Arezzo el que, al redistribuir la escala y poner el <do> en primer lugar, generó ciertas incomodidades interválicas. De este modo, la nota <si> coincide en el séptimo grado de la escala y podría incitar a la formación de la cuarta aumentada, conocido comúnmente como tritono o diabolus in música.

Este acorde estaba prohibido en la Edad Medía por temor a que se invocara al diablo. Fuera por este motivo o simplemente porque su sonido produciera cierto grado de irritación, fue excluido de las composiciones. La forma en la que se evitaba el tritono era bemolizando la nota <si>.

Durante el barroco comenzó a utilizarse pero solamente como acorde de paso para adornar la pieza, evitando caer en la tentación de emplearlo como sonido principal. Esta disonancia o nota de paso se resolvía desplazando las notas afectadas en movimientos contrarios.

En el renacimiento comenzó a aplicarse con más libertad, y algunos compositores como Vivaldi, Beethoven, Debussy, Liszt o Wagner lo utilizaron como recurso en sus composiciones, pero eso sí, para representar temáticas demoníacas o escenas concretas.

A pesar de todo, nuestro oído no está acostumbrado a escucharlo de forma habitual ya que en las piezas contemporáneas apenas es utilizado (a no ser que se requiera por motivos prácticos ayudando a sensibilizar una parte de la obra). De hecho, en los últimos años, podemos encontrarlo en contadas sintonías como son: la cabecera de los Simpson, algunos de los sonidos de Mac o la banda sonora de la película West Side Story.

 

 

 
 
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