OPINIóN
Actualizado 19/11/2014
Carlos Aganzo

Mi amigo mantiene un bar que considera que es su Facultad particular. La que debería haber sido la real la dejó hace tres lustros convencido de que allí estaba perdiendo el tiempo aunque su pareja de entonces se encargaba de recordarle que era un flojo. Algo que le retrotraía al gesto adusto que percibía en su padre años todavía más atrás cuando traía las notas del colegio. De aquel tiempo solo de tarde en tarde recuerda la frase: "hijo o eres un vago o eres tonto". Me lo cuenta intercalándolo al relato del cambio trascendental que ha sufrido su vida en los últimos tiempos.

Posiblemente el mayor incentivo que jamás tuvo para continuar con el negocio que había comenzado casualmente por una carambola familiar fue el contacto con los estudiantes que constituían su clientela principal dada la proximidad del garito del campus. Al hacer la caja cada día se daba cuenta que el estricto saldo contable apenas si le importaba henchido por alguna de las apasionadas tertulias que había protagonizado, de las interminables sabrosas discusiones. Ni que decir tiene que si además la disputa había servido para iniciar un contacto que avocara a un lance con una estudiante extremeña el haber subía todavía más enteros.

En el desarrollo del negocio, y abierto a todos los señuelos para hacer más cómoda la estancia de la clientela, un día incorporó wi-fi abierto para mayor solaz de aquellos que consideraban habitualmente que el intercambio del antro por la biblioteca era más divertido. Según fue pasando el tiempo, aunque la caja mostraba un saldo más positivo su balance personal comenzó a registrar un déficit preocupante. Notó que las conversaciones en torno a la barra se habían limitado a fórmulas protocolarias con los parroquianos, que en el deambular entre las mesas apenas si le daban bola. Clientes autistas portadores de cascos, o simplemente ensimismados ante diferentes formatos de pantallas, musitaban en el mejor de los casos monosílabos. Mi amigo me dice que solo logró salir de ese abatimiento producido por la adaptación de su taberna a los nueves tiempos creando una red social a través de la cual poder entrar en el mundo de sus antes locuaces clientes. Mediante esa fórmula aplicada in situ podía volver a glosar las noticias del día, los resultados de los partidos o incluso suscitar un amago de cita que pudiera dar contenido real a aquella locura virtual.

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