La bronca que le echamos a Emilio, el camarero, en el bar. Y con razón. Veíamos la tele. Seguíamos el circo ese que se ha montado en Cataluña entre los que tienen negado el derecho a decidir y los que lo prohíben (acostumbrados, como están, a menguar cuanto atisbo de libertad caiga a su alcance). Aparecía en la pantalla el dueño de Feixenet, empresa de cava que no anda en sus mejores momentos anímicos. El hombre se aliaba del lado españolista, se declaraba español y se quejaba de cómo hacen las cosas los independentistas, algunos de los cuales han pedido un boicot a sus productos.
Emilio, con más cinismo que sentido común, nos puso este caso como ejemplo de intransigencia, como paradigma de lo que le sucede a quien es consecuente con su españolismo y su ideología. Y alabó la valentía del empresario.
No quiso decirnos, sin embargo, que hace unos años, cuando se llevaron los primeros papeles del Archivo de la Guerra Civil él se sumó a la campaña de boicot a todo lo catalán, y en su bar dejó de servirse el cava, fuese o no de las españolísimas bodegas de Freixenet. Tampoco quiso reconocer que el cava ha desaparecido de su bodega coincidiendo con el anuncio de la consulta. Fuese o no del españolísimo Freixenet.
Tanta hipocresía nos sublevó y acabamos arrinconándole en lo más oculto de su ideología reaccionaria, de su troglodítica manera de pensar, y de su incoherente parecer para el que los catalanes son demonios digan Cataluña o griten España. ¡Así nos va!
Los suyos nos dirán luego que mimaron a Cataluña, olvidando eso de que Wert se empecinara en "españolizar" a sus niños. Los populares nos dirán que son los catalanes los que se alejan, ignorando la cantidad de cientos de miles de Emilios que iniciaron un boicot (y muchos lo mantienen) a todo lo que huela a Cataluña, sin importarles si la bandera es estrellada o rojigualda.
Emilio es un impresentable y su ídolo, Rajoy, un innombrable al que le cabrá en su día (y así lo dirá la historia) el mérito haber sido el presidente que más ha hecho peligrar la unidad de España. Y eso que presume de amarla, quererla y defenderla hasta la médula.