La corrupción es el pan nuestro de cada día; ya son tantos los casos que nos perdemos. Los pobres jueces y fiscales no saben que hacer con tantas montañas de papel. La verdad es que si uno mira para atrás, hasta donde servidor tiene memoria, la cosa no es nueva. La España de Franco, a pesar del hermetismo y el proteccionismo entre conmilitones ya dio casos sonados, como Matesa, donde se pringó gente de mucho poderío. Con la democracia se pensó que se había acabado el robo y el mangoneo, olvidándonos que los españoles somos una banda que no tenemos remedio. Los casos en tiempos de Suárez siguieron y con Felipe González se rozó el techo. La financiación irregular del PSOE, con Filesa, Malesa y Time Sport fue el culmen, sin olvidar que en la derecha el caso Naseiro, entre otros, fue un adelanto de lo que vendría después. Donde estamos, persignándonos inclusive, es al ver a honorables como Jordi Pujol y sus hijos caídos en el barro. Se había librado de los casos Prenafeta, Alavedra y Millet, pero las cosas se le torcieron y cambiándole el lugar de la gloria que le tenía preparada su patria catalana.
Se necesitaría un libro entero para explicar todos los ladronicios del último medio siglo, y dos para lo que ha aparecido en la última década. Pero no voy a entrar en más detalles porque los conocemos por los medios de comunicación a diario. Prefiero hacer un poco de historia, darle un realce al tema desde el punto de vista literario, que siempre es más elevado. Sabemos que la realidad siempre supera a la ficción, y lo tenemos más que comprobado. ¿No se imaginan el guión de una telenovela con Jesús Gil, Julián Muñoz, Roca, Isabel Pantoja, Maite Zaldívar y demás fenómenos envueltos con billetes ajenos y encerrados entre rejas?. Amoríos por medio, grandes fiestas, canción española y olé. Esta es la España avanzada de pandereta y tamboril. Y lo que dará de sí cuando se sepa todo lo que lleva en sus "trolley" la juez Alaya.
Como ese caso interminable se asienta en Sevilla voy a recordar algo que he escrito en alguna ocasión pero que viene a pedir de boca en estos momentos. Recuerdo que en la Expo de Sevilla el pabellón de Alemania tenía un espacio muy especial que llamaron "el corro de los pícaros", un "homenaje" a los muchos sinvergüenzas que en el mundo de la literatura han sido. Aquel corro alemán podríamos emularlo en España y levantar un gran monumento, con los pícaros literarios y con los de carne y hueso. De ese monumento podrían hacerse copias en cada ciudad como recuerdo permanente a esos individuos que buscan asegurarse el medro personal y no dudan para conseguir sus objetivos todo tipo de fullerías. Habría una legión por méritos propios.
En España, la literatura picaresca es lo más sabroso que tenemos. "La vida de Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y adversidades", "La pícara Justina" leonesa, "Guzmán de Alfarache", de Mateo Alemán, o " El Buscón", Don Pablos, del gran Quevedo, forman parte de nuestro patrimonio. Esta literatura es fiel reflejo de aquella sociedad antigua. Ahora alguien con talento debería inmortalizar al Dioni, Mario Conde, Bárcenas, Correa y toda la patulea. Es injusto que haya sido El Lute el más renombrado de todos cuando sólo se limitó a robar en cuatro melonares y cinco corrales labriegos. Lo ha dicho Carlos Lesmes, presidente del Tribunal Supremo; "la ley está hecha para los robagallinas". Bueno, pues a ver si la cambian pronto.
Ahora Luis Candelas, El Pernales o José María El Tempranillo, aquellos bandidos históricos, se han quedado cortos en comparación con lo que han hecho nuestros políticos, muchos de éllos cogidos de sopetón, como en la operación Púnica, donde hay personajes que ya hace tiempo que prometían, como Francisco Granados. ¿ Y que me dicen de los tipos esos de las tarjetas black, o negras, tan ricos y tan bien vestidos siempre con corbatas de Hermès?. Lo mejor de este caso es que ha unido a todas las clases sociales: ugetistas, comisionesobreristas y socialistas con Rato, Blesa y Arturo Fernández. Aquí los pobres se unieron a los ricos para quitárselo a otros pobres. Eran mucho mejores, cien veces más humanos, los bandoleros.
La democracia fue una bendición porque nos trajo libertad y progreso, pero también ha generado una pléyade de sinvergüenzas al calor de los votos, que todo lo justifican. Eso de que la política es un servicio a los demás no lo han entendido todos, lo cual no nos debe llevar a meter a todos en el mismo saco: la inmensa mayoría son gente honrada y abnegados por el bien común, muy lejos de los amigos de lo ajeno, tramposos que superan con creces a aquella "Niña de los embustes" o a Estebanillo González, otro pícaro señero cuyas fechorías tanto gustaron en Alemania en su día. Tal vez por eso los alemanes nos ilustraron en Sevilla con su corro de pícaros, sabedores de que en España volveríamos a las andadas de la primera división del trinque.
Ladrones internacionales como Ronald Biggs, el del asalto al tren de Glasgow, o Bonnie y Clide, aquellos que cometieron cientos de robos durante la Gran Depresión norteamericana, han tenido sucesión en elementos como Madoff, ese estafador monumental. Barbarroja o Drake eran unos sentimentales en comparación con la chusma democrática. Menos mal que el sistema termina siendo su infierno.
Pero lo grave es que no de todos. Se sabe que sólo se descubre, más o menos, al 10% de los criminales. El porcentaje desciende mucho con los ladrones. ¿En qué se quedó la denuncia de Maragall del 3% de CiU? ¡Chitón! Los catalanes, que en muchas cosas son modélicos, en el asunto del dinero, de la pela, tienen un pasado muy oscuro ( Banca Catalana o De la Rosa), asemejándose plenamente al resto de España, y en concreto con la zona mediterránea, donde han gente con tanto "fuste" como Jaume Matas. La burguesía catalana siempre supo medrar en el negocio a través de prácticas poco edificantes, sobreviviendo bajo el paraguas nacionalista y el estercolero del "y tu más".
Pero parece que la licencia se ha acabado para todos. Ojalá. De momento vamos a seguir viendo meter en la cárcel a más de uno de esos a los que Unamuno decía que si robaba al pasar por la calle había que llamarlo "ladrón". El día que la sociedad, nosotros, seamos más rectos y legales esos ladrones no se atreverán a robarnos. Mientras tanto, la cosa seguirá.