OPINIóN
Actualizado 16/11/2014

 

El fútbol ?piensas-, como la vida, es injusto las más de las veces. Puedes invertir en futuro, esforzarte durante todo el año, tener malos momentos, una victoria por paliza, rachas que no llevan a ninguna parte, un triunfo ajustado, más entrenamientos, viajes indecentes y verdaderos desplazamientos de lujo? pero al final la suerte juega un papel determinante. Influye. Y de nada vale que te recuperes de la lesión, que salgas airoso de una entrada fulminante, que tires mucho a puerta y presiones 90 minutos al contrario, que te muestres con una regularidad aplastante. Al final, siempre al final, llega el momento decisivo. Ese que no tiene en cuenta tu esfuerzo ni la planificación, el instante preciso en que la suerte decide tu futuro, el segundo vital en que te meten un gol en claro fuera de juego sin que el árbitro vea irregularidad alguna. Entonces todo se viene abajo (o arriba si estás en el otro equipo, en el de los sortudos). De nada sirven el aliento y los cánticos de tu hinchada. No les oyes. Sólo piensas en los sueños frustrados, en los objetivos no conseguidos, en que otra vez, un año más, tendrás que luchar por la Intertoto para estar en el lugar que merecías sin tanto castigo. Dejas de sentir las piernas, sueñas que todo es una pesadilla y no quieres recordar la ingente cantidad de frustración que has sembrado a tu alrededor por culpa de la mala suerte, de aquel empujón antes de rematar un triunfo, de aquella tarde que saliste al campo sin ganas, del encuentro que perdiste porque ibas sobrado, de cuando estabas más preocupado por salir bien peinado que de rematar con furia ese balón que te llegó bombeado? y mientras lloras en el vestuario, justo antes de fundir tus lágrimas con el agua de la ducha? comprendes que la suerte hay que buscarla. Que siempre ayuda la fortuna pero que nunca es decisiva. Que la próxima temporada vas a partirte el pecho por tres lados, que ni el azar ni el juego podrán quitarte lo que dejes en el campo, que para tener suerte es imprescindible un sacrificio razonado, un esfuerzo planificado, un trabajo constante y sincero con el cerebro bien amueblado. Y deseas fervientemente, mientras ignoras la música alta en tu cochazo, que llegue la próxima jornada. Sabes que la suerte sólo actúa cuando le dejas espacios.

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