La gente está cabreada porque cada vez hay más ricos mientras muchísima gente lo pasa mal.
Siento escandalizarles: yo quisiera que hubiese aun más ricos; es más, que todo el mundo fuese rico. Lo que a mí me cabrea es que haya pobres.
Lo único malo de ser rico es si se ha llegado a serlo con malas artes, primero, y el mal uso que se haga de esa riqueza adquirida, después. Eso es consustancial a la especie humana desde que el mundo es mundo. Por suerte, ahora que hay más riqueza suele haber también más bienestar generalizado. La justicia del reparto no depende tanto de la cuantía de los beneficios a repartir, sino de que haya más o menos democracia a la hora del reparto: así, no es lo mismo ser el filántropo Warren Buffet que el dictador norcoreano Kim Jon-il.
Es curioso ?y positivo? que la gente más rica lo sea de primera generación, tanto en el mundo ?Bill Gates?, como en España: Amancio Ortega. Durante siglos, en cambio, la riqueza no venía del ingenio, del talento o de la innovación, sino de ser hijo de papá. Algo hemos avanzado, pues, al respecto.
O sea, que mientras se acumule capital porque aumente la innovación, la productividad y los puestos de trabajo, bienvenida sea. Coherentemente, con eso, además, estos nuevos ricos invierten el capital en sus empresas, en nuevas tecnologías y en crear empleo, en vez de gastárselo en saraos multimillonarios, que era lo típico antes, en una tradición que continúan los sátrapas de los países más pobres, incluido el de Guinea Ecuatorial: Teodoro Obiang.
A mí, quienes me perturban en España, qué quieren que les diga, son esos ricos de medio pelo, hechos al socaire de información privilegiada, pelotazos urbanísticos, cargos de designación a dedo y uso fraudulento de fondos públicos: ¡Esos sí que son manirrotos!
O sea, que lo importante en sí no es ganar mucho dinero, sino saber por qué los sinvergüenzas que no producen nada gastan impunemente el poco dinero que ganamos los demás.