Por encima de los apaños estadísticos de los ingenieros de atril,están las cuentas que la gente se hace por los patios de la realidad...
Ayer el día amaneció mohíno, oscuro, taciturno si se quiere.
Las cebadas nubes no habían digerido su atraganto de noche, el aire andaba por la madrugada un poco metalúrgico, y la luz iba de prospección minera por la tristeza añeja de las cosas.
Cada mañana, mientras hace gárgaras la cafetera, me asomo por la ventana de la cocina a la plazuela de la trasera de mi casa. Las de otros edificios de protección oficial aún no han levantado los párpados de sus ventanas, y no tardo en oír por su carril el correrío de la del vecino. Es hora de debatir con el compañero de vida paralela y de simétrico hábitad. Ambos iniciamos estas asomadas hace ocho años cuando adquirimos las viviendas. A nuestro barrio lo llaman el Zurguén, por un riachuelo pastoril que se ahoga en el Tormes por el sur. A estas aguas pecuarias les cantaban antaño las tintas fluidas de los poetas, luego les sacaron romances las inmobiliarias, y ahora ya, ni eso.
Mi vecino ha cumplido los 53, y hace ocho que no trabaja. Lo hizo 20 años en una empresa japonesa de rodamientos que había a unos pocos metros. Pero la Nachi cerró y rodó a sus 85 empleados. Como tantas, ya se conoce.
Cuando llegamos, el barrio era de los que más prometía en Salamanca. Ahora seremos unos treinta mil. La media de edad es de cuarenta años, gente joven, casada y con un hijo y que un día conoció aquello de tener trabajo. Se cree que la gran mayoría de los vecinos está en el paro, y que por las mañanas se asoma a las ventanas pensando cómo seguir pagando su hipoteca.
No crecen los negocios, y los que había van cerrando. Por aquí chapan hasta los bares, que ya es decir, y un supermercado diario y de barata vocación, lo ha tenido que hacer dos veces. Han cerrado sus sucursales dos entidades bancarias, y la semana pasada clausuró la suya la Caja de Ahorros, aunque nadie sabe en cuantas reuniones de 800 ? por bolsillo tomaron esta decisión los apolíneos consejeros. Hace años que el centro de salud debía estar edificado, pero ahí sigue su solar, como una gran tirita porosa en el dedo indiferente e institucional.
Y en esta parlotada andábamos, cuando una nube se rompe y el puntero del sol nos marca el la fachada de enfrente la línea estadística de la sombra. Enseguida despunta un arco iris como llegado a desmentir. A uno le da por pensar que es uno de estos políticos ingenieros que desde su atril aéreo revierte lo mohíno del balance y el pesimismo de las masas.
Mi vecino me dice que irá al centro a procurar no sé qué ayuda familiar. Aunque, me espeta, qué se puede esperar en un país en que se mengua la beca al estudiante,se poda la pensión al viejo,el medicamento al enfermo,se engusana la lenteja al escolar, se agujera la nómina al trabajador, se congela al funcionario, y muchas familias sobreviven con unos cuantos euros subsidarios.
Y sin embargo, el Senado, y otros estamentos que son limbos políticos con los que los partidos premian a sus leales, no tienen límites en pagar las idas y venidas de sus miembros en el sufrido cumplimiento de sus asuetos.
Yo sonrío, y pienso en lo oscura que se nos está volviendo la ofuscación. Añoro aquellos días en que sólo hablábamos de fútbol en este vecinal parlamento.
Cerramos las ventanas. Afuera el día crece con su democrática intemperie.
En el balcón de una vecina ondea una sábana blanca, y me parece divisa de insobornable esperanza y cotidiana resolución.