Hace años un joven periodista en prácticas, aún anfibio, con perdón, puso el siguiente titular: "Un anciano de 60 años fue atropellado ayer en María Auxiliadora". Lógicamente la noticia chocó un poco, ¡anciano, 60 años! "Hay que estar más atento y escribi
Es más, no sería un caso único que nos tropezáramos con un anciano de veinte años y un joven de noventa. El de veinte años me lo reservo, pero el joven de noventa no hace mucho vivía entre nosotros y se llamaba José Luis Sampedro.
También se da al contrario, pues muchos jóvenes, sólo con la observación y las enseñanzas de la Historia, quizá tengan más juicio que un individuo de edad madura que se le quemó la mente delante del televisor y le trajo al pairo analizar nada por cuenta propia.
No obstante, esto no siempre fue así. Todos hemos visto en películas del Oeste, u otras, cómo las tribus invocaban su parecer a los Consejos de Ancianos, a veces vinculante, con lo que se impartía justicia y quedaban resueltos los conflictos.
Hoy día las críticas a instituciones como el Senado es un hecho constante, y algunos con muy mala uva le llaman Cementerio de Elefantes, pero Consejo de Ancianos nunca lo he oído. Mejor sea así, pues ya hemos visto que no por mucho macerar vayan a ser más sabios. Un ejemplo más positivo fue don Camilo José Cela, senador nombrado por el Rey Juan Carlos, que cuando llegó a la Institución estaba ya bastante "resabiao" y para lo que había que hacer se aburría, por lo que no era raro verlo allí "jodido" o dormido.
Abundando, existe un sentimiento entre gran parte de la ciudadanía de que el Senado es un estímulo para hacer atractiva la política; pues si quitamos trescientos sillones de ahí, dejamos en cuadro a las diputaciones, agrupamos concejalías, hacemos desaparecer miles de miles de consejeros, reducimos a la mitad el número de miembros de los diecisiete parlamentos y dejamos de hacer la vista gorda a los corruptos, es posible que nos ahorraríamos mucho dinero y sería el auténtico ejemplo de austeridad que todos esperamos, pero con eso sólo quedarían cuatro puestos para ocupar, y de esa forma ¡a ver quién se iba a dedicar a la política! ¡Sería una canonjía muy aburrida!
En medio de estos pensamientos, salta el escándalo de un ex senador venido a más, hoy presidente de la Comunidad de Extremadura, que entre las tareas que llevó a cabo en su época en el Senado se cuentan una treintena de viajes a Canarias.
Como dicha señoría gozaba de gran prestigio por su aparente talla de representante de la izquierda en la derecha, una vez que el señor Gallardón dejó libre ese puesto y la señora Villalobos paga sin agobios o a plazos los 500 euros por mantener su pseudocuota feminista, dicha señoría, digo, ha reconocido que eran presuntos viajes de placer y que devolverá hasta el último euro, y con ello limpiará su honor por la mala suerte de haber sido descubierto.
Los de siempre quieren que dimita, pero algunos creemos que no debe hacerlo, ya que lo suyo no fue ninguna chapuza. El dinero del que dispone, el de usted, amigo lector, y el mío, se lo daban para que hiciera con él lo que le diera la real gana y don José Antonio, que así se llama nuestro querido "presi", visitaba a una bella amiga con la que puede ser que platicaba en las Islas.
¿Por qué creemos que no debe dimitir? Pues simple y llanamente porque si él dimite también debería hacerlo el señor Hollande, que salía del Elíseo en moto, con nocturnidad, escondido debajo del casco, y como un ciudadano cualquiera se encaminaba en busca de la bella Julie Gallet, aunque sin saberlo estuviera poniendo en riesgo la propia seguridad del Estado, ya que al parecer el propietario del palacete de amor era amigo de un tipo relacionado con la mafia.
Dicho esto, a su lado don José Antonio ha sido un caballero que no se escondía de nadie, viajaba con prestancia en "business" y hasta es de imaginar que gozando de un cierto tuteo con el personal de embarque. Incluida alguna que otra broma de esas que nos gastamos los amigos: "¿Qué? ¡Ya vamos! ¿No?".