OPINIóN
Actualizado 09/11/2014
Asprodes

El mayor depredador de la especie humana es el pequeño grupo que hurta la voluntad de la mayoría silenciosa, obediente al dictado de quienes ostentan el poder recibido de los propios condenados.

Las fronterizas alambradas españolas en tierras africanas que causan muertes, expatriaciones, desgarraduras y prisiones a ciudadanos procedentes de la hambruna, cuyo delito es aspirar a comerse una pastilla de chocolate a la sombra de las chabolas, recuerdan el vergonzante muro berlinés construido la noche del 12 al 13 de agosto de 1961, sin previo aviso, para cerrar el paso a la libertad.

Un día como hoy de hace veinticinco años, la razón desplazó a la sinrazón, tirando abajo el muro de Berlín, que cayó como fruta madura el jueves 9 de noviembre de 1989, reuniendo junto al desdichado paredón a miles de alemanes con piqueta en mano dispuestos a derribar la frontera de hormigón armado con metralletas que los separaba.

Se repartieron miles de abrazos, rodaron incontenibles lágrimas de alegría, se derramaron barriles de cerveza en jarras compartidas, se entonaron cantos, las manos agitaron pañuelos, quedaron bloqueadas las centralitas telefónicas y mareas de personas corrieron al encuentro, maldiciendo la ambición y locura de la segunda gran matanza de la historia, predecesora vesánica del ignominioso muro que separó a los berlineses durante veintiocho años. 

Finalmente, bípedos humanos rehabilitados de cordura tiraron el muro abajo, permitiendo el encuentro entre familiares y seres de la misma especie, dejando claro que el mayor depredador de la raza humana es el pequeño grupo descerebrado que hurta la voluntad de la mayoría silenciosa, obediente al dictado de quienes ostentan el poder recibido de los propios condenados.

En la memoria colectiva debe quedar el recuerdo de aquel ominoso muro de 45 kilómetros, uno de cuyos trozos contemplo ahora sobre mi mesa, con la esperanza de que pronto pueda verse acompañado por una cuchilla de concertina, cuando el Sur haya invadido el Norte y la riqueza sea compartida por todos los terrícolas con un mismo destino universal.

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