OPINIóN
Actualizado 09/11/2014
Redacción Ciudad Rodrigo

Pues la vida me enseñó que la única forma posible de confiar un secreto es mirando

Le conozco, pero no sé quién es. El caso es que su cara me suena, pero no sé de qué.

Diría que lo tengo en la punta de la lengua, pues todo me resulta familiar, como si nos conociéramos de toda la vida, como viejos amigos en su reencuentro.

Le miro intentando analizar cada parte de su cuerpo, apostaría todo a que le he visto antes.

Es un hombre ya entrado en años, quizás más de 80, que mira sonriente hacia aquí. No tiene apenas pelo y el poco que tiene ya adquirió un tono blanquecino.

Su mirada es apagada, como cansada, sinónimo de una vida larga y dura, posiblemente en el campo, pues sus manos delatan mil y una aventuras con la hoz y la guadaña como compañeras.

Viste elegante, quizás demasiado para mi gusto. Parece sinceramente que alguien le haya ordenado que vaya vestido así, prácticamente como un niño de comunión.

Camisa blanca y pantalón gris con unos tirantes negros que más que sujetar ridiculizan a ese señor, son horribles. Lo mejor son esos zapatos negros brillantes, lo más lujoso sin duda.

Parece un poco desconfiado, se le nota en la cara. Lo cierto es que me mira prácticamente sin pestañear, levantando y bajando esporádicamente sus cejas, como inquieto ante la necesidad de contarme algo, al parecer importante.

Finalmente la curiosidad puede conmigo y le tiendo la mano en señal de respeto, presentándome ante él, con tan mala suerte que, justo en el momento que él hace lo propio, un chico joven me agarra del brazo y me saca de la habitación con expresión de resignación mientras dice "Ha sido un error ponerle el espejo en la habitación"

Yo personalmente no entendí esa frase, prácticamente ni la escuché, mi mente no paraba de pensar en ese extraño hombre con el que había estado hace escasos segundos.

Parecía imposible que, sin haber pronunciado palabra, hubiéramos congeniado tan bien.

Ahora solo pienso en verle de nuevo para preguntarle cuál era aquel secreto que parecía quererme contar. Me valdrá con mirarle, no necesito sus palabras, estoy cansado de eso, de miles y miles de palabras y palabras para no decir nada en realidad.

Prefiero hablar con los ojos, pues la vida me enseñó que la única forma posible de confiar un secreto es mirando, pues las palabras no son buenas consejeras en temas en los que el silencio es la clave verdadera, la llave del tesoro que en esta ocasión nunca se abrirá con las conocidas palabras mágicas.

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En ocasiones es necesario el silencio, las miradas o la sonrisa para comunicarnos con aquellos que no utilizan las palabras, ya sea por imposibilidad o por sabiduría.

¡Sean muy felices!

Rubén Juy Martín [@ruben_juy_9]

Estudiante

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