OPINIóN
Actualizado 08/11/2014
Nunchi Prieto

Los partidos políticos, sobre todo los dos mayoritarios ?PP y PSOE-, se las creían muy felices en sus poltronas, ésas que les otorgó prestadas la ciudadanía con sus votos en las urnas para que trabajaran con el objetivo de sacar adelante un país ?España- que hace aguas se mire por donde se mire.

Pero, en vez de eso, de recibirlas ?las poltronas- como algo transitorio, en muchos casos, se las han intentando apropiar de por vida y ahora, cuando cada vez está más cerca el final de las legislaturas ?municipal, autonómica ?en el caso de Castilla y León-, y nacional-, se echan las manos a la cabeza.

El país está tan convulsionado que no es de extrañar que surjan movimientos como el de Podemos que, a pesar de sus defectos y problemas, se lleve de calle a la ciudadanía y no sólo a los utópicos, aquellos que aún confían en que es posible un futuro mejor.

Corrientes como la que lidera Pablo Iglesias calan porque el personal ha dicho basta ya a las tomaduras de pelo. Los gobiernos y las administraciones públicas se han gastado el dinero recaudado por los impuestos de todos ?es un decir- en formar a la gente y ahora se encuentran con que han fomentado un masa crítica difícil de parar, afortunadamente, para un país que quiere cambiar, que está harto de tantos corruptos y timadores sin ningún tipo de escrúpulos.

Lo acaba de decir la reciente encuesta del CIS de octubre. Podemos es el partido favorito de la clase alta y medio alta -con un 23,2%- y supera por primera vez al PP, que se queda a ocho puntos, en una franja donde se sitúan directivos, profesionales técnicos y cuadros medios. También atrae especialmente a las nuevas clases medias (21,2%), es decir, asalariados por cuenta ajena o administrativos.

Sin embargo, el apoyo baja en la medida en que disminuye la competencia y tiene poca penetración entre los jubilados, así como entre el personal sin cualificación o en el campo. Lo de siempre, entre aquellos que son más reacios a los cambios.

En todo caso, algo se está moviendo y eso, sin duda, es sinónimo de que la sociedad está viva, aunque cabe preguntarse que ¿por cuánto tiempo?

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