Leo en la prensa que abren en Palma de Mallorca una escuela de español que es franquicia, por decirlo así, de la Universidad de Salamanca. No se alarmen aún, no es lo que creen: parece ser que hay mucho extranjero centroeuropeo que pasa allí largas temporadas y habría mercado para estas enseñanzas de ELE. La iniciativa es loable y supongo que hay que felicitarse -aunque pueda haber quien tenga reticencias a estas facetas dizque empresariales de nuestra institución académica- pero lo ideal sería que redundara en beneficio de la USAL y supusiera un buen yacimiento de empleo para los graduados en ella, lo que, se comenta en la noticia, es la intención. Y digo ideal no sólo por las posibilidades laborales que se les abrirían a nuestros graduados sino, ¡ay!, por la preservación de la calidad de esa enseñanza del español.
En la fotografía que ilustra la noticia, junto a la Vicerrectora y otros colaboradores está la responsable del centro allá en las islas. Intento ser riguroso y no caer en estereotipos pero tras ver sus apellidos me resuenan acentos y modos de hablar y me vienen a la memoria tantas locuciones deportivas vividas en las Baleares (donde descubrí que no iba a ver grandes jugadas en el partido sino que iban a haber grandes jugadas) y sobre todo tantas traducciones con errores -la empresa editorial está fundamentalmente radicada en Cataluña- que me hacen pensar que si no se cuida al profesorado se escucharán cosas como estas (todos ejemplos reales): Hacen veintitantos años que siguen habiendo problemas. Eso implica que no se pueden llegar a conclusiones. Se han preguntado a los controladores aéreos. Se tratan de unas medidas con las que se pretenden ahorrar unos millones. Se apuestan por soluciones conjuntas. Si la cosa sigue así habrán rebajas en los sueldos. Se pueden caer en precipitaciones. No importa lo hagas. Se lo miró y concluyó que nada no había salido bien. Donde es más probables que hayan tormentas. Estamos esperando a alguien que nos lleven a casa. La consulta ha estado protagonista en la sesión del Parlament.
Por supuesto que siempre hay y habrá traducciones impecables pues las realizan competentes filólogos que aman las lenguas. Y que es una gozada leer en castellano las memorias de Terenci Moix, por ejemplo. Y que tampoco puede decirse -en todas partes cuecen mongetes- que mis alumnos de la ESO hablen en su mayoría mucho mejor (de escribir ni hablamos). Y ya sé que los salmantinos tampoco soñamos sino que nos soñamos (lo que por cierto suena sumamente poético) y que los préstamos lingüísticos enriquecen el lenguaje como en el spanglish -la verdad es que el español es duro de pelar- y que todo esto tampoco tiene, quizá, demasiada importancia pero tratándose de una de las empresas más pujantes que tenemos en estos tiempos de crisis, la lengua castellana -eso que se suele denominar un activo- es algo que debemos cuidar. Y si ya se está viendo cercada entre nuestros jóvenes por esas traducciones literales del inglés como ¿en qué puedo ayudarle?, que tenga un buen día o el feo ¿sabes qué? que está arrinconando a nuestra retórica pregunta introductoria: ¿sabes una cosa?, me temo que necesitará mucha protección cuando, tras la independencia sobrevenida, empiecen a aparecer ediciones de los clásicos con el marchamo made in Catalonia.
La casualidad hace que mientras escribo esto en la radio suene y llene la habitación una versión bellísima (adjetivo así porque ando leyendo a los románticos alemanes) de Le métèque de Moustaki cantada en catalán por Marina Rossell y me interrumpo embelesado y busco en iTunes y me descargo, legalmente, el disco -palabra que seguimos utilizando aunque ya no designa casi nada- de las versiones que ha hecho Rossell cantando a Moustaki para disfrutarlas y vuelvo a deplorar esta lamentable guerra de lenguas en la que algunos quieren ver una guerra de culturas. (Ayer por la noche en TV3 entrevistaban al poeta Francesc Garriga y el entrevistador intentaba tirarle de la lengua para llevarle al terreno de las identidades y padecimientos mientras él, ignorante, ajeno, se resistía y hablaba sencillamente de su poesía, en catalán claro, referida a sí mismo, a la tristeza, al amor, a todo lo que es humano y todos compartimos.)
De pronto una pequeña alarma en mi interior me advierte de algo que leí hace años así que rebusco entre mis libros viejos y encuentro Un tal Lucas, Cortázar una vez más, y en concreto el capítulo Lucas y sus clases de español. Vuelvo a desternillarme al leerlo y por unos largos minutos dudo si subir este artículo a la web.