OPINIóN
Actualizado 05/11/2014
Manuel Alcántara

Hay relaciones intensas que por distintos motivos se interrumpen. El cambio de trabajo, o de residencia, o cuando se pasa a compartir el círculo de amistades de tu pareja alejándote del tuyo o, simplemente, el desgaste. Son situaciones que terminan haciendo prescindible la compañía, innecesaria la interlocución, que incluso comprendía la confidencia, y accesorio conjuntar los pasos perdidos de un paseo o los momentos de farra. Entonces, y tras un hueco denso que no necesariamente raya en el vacío, después de un sinfín de llamadas que dejan de producirse, de amaneceres en que despiertas solo, o de risas provocadas al unísono con otras gentes, de pesares nuevos o de alegrías distintas, el pasado apenas si es un poso que queda en el fondo de un vaso del que tampoco bebes con frecuencia. Un paréntesis añejo que no sabes a ciencia cierta cuando se cerró.

Encontrarte tiempo después con aquella persona que quizá todo lo fue o que pudo suponer un momento trascendental en tus años de formación, en los titubeantes pinitos profesionales, en los primeros éxitos de medio pelo, o incluso darse la circunstancia de que todo ello se diera en ella, y sentir lo mismo que cuando te topaste con aquel misterioso vecino de escalera con el que no pasaste nunca de un lacónico saludo y con el que coincides también años después, resulta demoledor.  Sabes lo que sabes y eres consciente de que no hay nada en la mirada de quien tienes enfrente, seguro que en la tuya tampoco. El mismo porte de alguien que es ahora mera contraparte, en una acera, en el vestíbulo de un teatro, en el andén de la estación, es una sombra indiferente, un equívoco sin armonía ante quien sobran palabras y, ya no digamos, gestos de afecto.

La transpiración que sientes en ti confunde la cada vez más gélida y esquiva sensación que te invade profundamente. Quieres que aquel encuentro termine, pasar página, poner fin a ese estado de confusión, querer evitar que la sensación de fracaso, uno más, que sabes que te va a dejar arruinándote lo que queda del día se disipe cuanto antes. Esbozas una excusa cuando no te la esbozan antes porque, sí, eres consciente del embarazo que también tú has generado, los escombros pertenecen a ambos. Retomas la rutina, continúas el camino, atolondrado, con la mente en blanco y el ánimo trastocado.

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